Brutal involución

Rodrigo Santillán Peralbo

Dante Alighieri, en ‘La Divina Comedia’ sentenció: “El que cruce esa puerta (del infierno) pierda toda esperanza”. Quedaría la esperanza más grande del ser humano: luchar para exigir que se respeten sus derechos, recuperar la dignidad ofendida, construir una sociedad justa, igualitaria y libre de explotación, pobreza y miseria.

Nada sublimiza más a la persona que el sueño y la lucha para que se transforme en realidad vivible el primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU: Artículo 1: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

¿Acaso el capitalista, el rico, el poderoso que, con inigualable ambición y avaricia, acumula riqueza mediante la explotación miserable de la fuerza de trabajo, es mejor que el obrero, tiene más dignidad que el trabajador, es más igual que el empleado?

Conceder ese “poder” al sector empresarial más retrógrado del país, ya sería una vergüenza humillante para la especie humana, sería la involución histórica más brutal si quienes tienen en sus manos la facultad de legislar, obedecieran y acogieran las propuestas de reformas al Código de Trabajo propuestas por ese grupo, por el fatídico FMI y aceptadas por traidores del movimiento sindical.

“El Mandato No. 8 de la Asamblea Constituyente de 2007 y la Constitución de 2008 acabaron con el camino neoliberal del país, con el primer modelo empresarial que se había consagrado en dos décadas, y específicamente con el trabajo por horas, el tercerizado y cualquier fórmula de precarización y flexibilidad laboral”, informa el historiador Juan Paz y Miño. Los derechos del trabajador son “irrenunciables”. Se anuncia una huelga nacional.

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