Es una cosa indispensable

Pablo Vivanco Ordóñez

Como escribe Martí, siempre hay aldeanos vanidosos que creen que todo el mundo es su propia aldea, y ellos, cada uno “con tal que queden de alcalde (…) ya da por bueno el orden universal”. Así nos envolvieron en su enmarañado tejido espinoso.

No se trata de virar la página ni de ocultar lo sucedido. Hay que empezar a escribir una nueva página de la historia. La construcción e identificación del enemigo ha sido una vieja estrategia política para edificar sobre el pasado una retórica justificativa de lo que se pretende hacer, aun cuando no se haga nada. Muchas veces no se supera la sombra de quien antecedió en el cargo, y resultan entonces, administraciones parasitarias que se encargan de seguir hacia atrás, cuando la fuerza es progresiva.

No se trata de guardar silencios que solapen lo pasado, pero tampoco se trata de perder el tiempo endilgando acusaciones entre verídicas y falsas, que a más de alimentar la morbosidad pública, crean un debate que no siempre es el más importante.

Los relojes no esperan. Es la hora de la marcha unida y de corregir el paso. En la ciudad pequeña crecimos escuchando que somos enemigos de nosotros mismos, sin saber que todos perdíamos si nos damos la espalda agriamente.

Manuel Agustín Aguirre en carta escrita a Alfredo Mora Reyes dice que “hemos adolecido del espantoso defecto de devorarnos mutuamente, mientras frente a nosotros se sentía cada vez más victorioso el enemigo que aprovechaba sonriéndose de nuestras suicidas y absurdas rivalidades”. Los contextos con seguridad con distintos, los defectos son los mismos.

Por eso, en la misma misiva, el entonces líder del socialismo ecuatoriano le decía a su compañero Mora Reyes -histórico y brillante alcalde de Loja- que “en esta lucha, la cordialidad, el apoyo mutuo, la solidaridad firme y sincera, que liquide para siempre todos los pequeños egoísmos individuales, es una cosa indispensable”. (O)