El valor de una madre

Luis Fernando Revelo

Cuenta la historia que en el fondo del agro romano se alzaron las figuras de Tiberio y Cayo Graco, defensores de las libertades populares. Roma reconoció que debieron a su madre su heroicidad y su justiciero espíritu, y en vida de la egregia matrona, levantaron una estatua con esta inscripción: «A Cornelia madre de los Gracos».

Este episodio patéticamente narrado nos dice en su severa simplicidad, la bella poesía condensada en el amor materno, y se repite a menudo, cambiándose los personajes, los ciclos históricos, las latitudes y sustituyéndose tal vez con otro más modesto el majestuoso escenario desde el cual la grandeza romana de los tiempos de la República proyecta fulgores de inmortalidad sobre lo que, siendo noble y digno, ocurrió dentro de los muros de la ciudad dominadora. La madre ha sido siempre el cimiento de la familia.

Kant ha visto muy bien que el carácter femenino de la madre que tiene por objeto la cultura moral de la sociedad humana y su refinamiento. Su influencia ha mejorado las costumbres, y donde ella hiciera abdicación de estos atributos, la sociedad decaería en la barbarie. De allí el significado profundo que ha tenido en los destinos de la civilización el símbolo que usaban los antiguos cuando representaban a la diosa de la belleza desarmando al dios de la fuerza.

Hay en la madre tesoros inexhaustos de abnegación y de virtud que le identifican con el dolor de los suyos, con la desgracia ajena, para aliviarla, uniéndose con ella en la dulzura del consuelo. En ella prima el sentimiento delicado y puro, esa fibra íntima de su ser donde pone las palpitaciones de su propio corazón.

Mi saludo emocionado a todas las madres. Que la presencia y la prestancia de su talento, sean el símbolo de la más cordial exultación a su noble misión.