Se acabó la farra

Rocío Silva

Faltan pocos días para que concluya la Administración Municipal del burgomaestre Amoroso. Los resultados del balance final de dicha administración aparentemente están a la vista, para empezar se podría hablar los parterres, que han sido diseñados e implementados a manera de jardines longitudinales a nivel de la superficie de las avenidas; en los cuales los viejos árboles se tornaron frondosos, los pisos de tierra han sido cubiertos con grama y hay una combinación polícroma de flores, arbustos y enredaderas.

Con esta política de ornamentación se pretendía incentivar el turismo, dicho propósito se estrelló con los excesos en las foto-multas de los radares, cuya mala calibración y errónea ubicación fueron enmendadas en parte, pero el perjuicio para el turismo interprovincial estaba hecho; y, lo curioso es la cantidad de casos recopilados por el concejal Loaiza, sobre la exoneración de multas a familiares tanto del burgomaestre y de personeros principales de la administración de maras; posiblemente es coincidencia, solo que el común de los mortales ambateños y foráneos sancionados, debieron pagar las multas sin que haya ángel de la guarda que los libre.

Y, ya que hablamos de parientes, se encuentran constelaciones familiares que fulguran en la administración, tal es el caso de cuñados, hermanos, hijos, sobrinos; cuyo espíritu de cuerpo es digno ejemplo, para aquellas familias que están distanciadas. La mayoría del Concejo vigente, prefirió tomar una siesta cuando se puso este tema en discusión, y pronto fue opacado por temas más importantes como la concesión de permisos para taxis urbanos en cooperativas de taxis rurales.

El saldo de una ciudad caotizada por el tráfico, la inseguridad, la invasión de informales y mendigos, la movilidad obstaculizada y pese a ello sonadas carreras de canes, los negocios muertos por la firma de contratos a última hora, hacen juego con la cementización inmisericorde, la tala de árboles, el desvío del cauce del río, los maceteros más caros del mundo, los farrones institucionales, la polución visual por miles de pancartas que intentaban convencer del respeto a la ecología, tachos de basura rotos, monumentos vandalizados; ¿Qué queda por decir? Bye, bye… se acabó la farra.