LZ 129

Andrés Pachano

“Oh la humanidad”, es frase que se hizo célebre el 6 de mayo de 1937en la voz de Herbert Morrison.

Es frase repetida incesante y dramáticamente por el periodista de una radio, en los cortos cuarenta y cinco segundos que duró la tragedia en la estación Aero Naval de Lakehurst en Nueva Jersey, cuando los destellos de electricidad estática del fuego de San Telmo incendiaron el hidrógeno que sustentaba al dirigible alemán Hindemburg, se ha quedado en el drama de la historia, junto a las también dramáticas imágenes del corto cinematográfico que plasmó la tragedia. Esa voz de quien transmitía la llegada a Estados Unidos del ícono Nazi de la transportación trasatlántica por aire, se dolía sobre todo por la inmensa marea humana que en el potrero de esa base esperaba al dirigible y huía despavorida escapando del infierno que se precipitaba sobre ellos. Voz de la angustia que hasta estos días se la escucha amalgamada al celuloide que abraza las imágenes. En ese día murieron 35 personas de las 97 que habían cumplido la travesía de cinco días sobre el Atlántico. Esa tragedia fue el fin de los grandes dirigibles.

El LZ 129 bautizado con el nombre del presidente de Alemania Paul von Hindemburg y su gemelo el LZ 130 Graf Zeppelin II, fueron las más grandes aeronaves fabricadas por el hombre, dicen que medían 245 metros de largo y que su cámara de gas que contenía hidrógeno, había sido construida para llenarse con helio, material tan solo fabricado por Estados Unidos país que había vetado su venta a Alemania. El helio, gas inerte, no es combustible al contrario del hidrógeno que lo es en alto grado.

Junto a la dolida voz de Morrisón, perduran en la memoria –a más del documental cinematográfico- dos imágenes ya icónicas de este dirigible, contradictorias entre ellas: la una festiva, apropiada por el régimen Nazi con la cruel esvástica como emblema surcando el estadio olímpico de Berlín en la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1936 y la última, consumiéndose por las llamas en Nueva Jersey. Esta foto última conserva que en su deriva la esvástica, es quizá agorera, premonitoria, de cómo sería el fin del oprobio Nazi abrazado por las llamas de la historia.