Buscador

Apliquemos las fuerzas centrifugas, los secretos de la mecánica universal y la física instrumental de los conocidos. Apliquemos la confusión de los sabios, la rapidez de este caótico encuentro con la verdad… asimilemos la inercia de los cuerpos andantes y la contemplación de las maravillas existenciales. Acerquémonos a la verdad negándola, ¡sí! Negándola…

Todo aquel que presume de saber la verdad absoluta vive en ignorancia. El que busca es el que encuentra. Sin embargo, el lector debe preguntarse ¿Qué es lo que encuentra el buscador?

Bueno, la respuesta es sencilla… encuentra más preguntas.

Es así que, si el lector es un entendido de la introspección humana, sabrá que hemos de alguna u otra forma negado la naturaleza de nuestro Universo, o de su homólogo Dios. Hemos desistido ante el grandioso ego de los hombres, creyéndonos dueños de la verdad, de la palabra, de la naturaleza.

Aún así, el buscador encuentra… encuentra el infinito.

Lo encuentra desperdigado entre los lienzos del espacio-tiempo, contemplando larguísimas esquelas de interminable complejidad. Aquellos de temeraria terquedad se han predispuesto a plantear su propia visión (muy limitada como verán), de la liadísima conexión cuántica.

Por eso, cuando el buscador asume su inmediatez, su pequeñez ante la vastedad, se convierte en el verdadero dueño de la verdad. Porque la verdad es simple. No hay verdad… solo preguntas que han servido como pilares para construir el “social-artificial” al que llamamos realidad.

Así que exhorto al lector a que sea curioso, curiosísimo. Que saque la cabeza por la ventana y contemple. Que busque el silencio a ver si se le susurra las preguntas que necesita para plantarle cara a la tempestad… que se aburra tremendamente (De buenas o malas, la unión de los días infecundos se convierte en nuestro devenir). De todas formas, tenga usted la seguridad de encontrar un fatídico día… la verdad… o más bien, la pregunta.