La reciprocidad

Lucía Margarita Figueroa Robles

En reiteradas ocasiones hemos escuchado y repetido aquella frase de “dar sin esperar nada a cambio”, y es que desde la tierna infancia, uno de los valores fundamentales para promover un mundo más humano, y que todo padre debería inculcar en sus hijos es el don de la generosidad, por el bienestar que sin duda produce, y por aquel sentimiento de paz y armonía con nosotros mismos que nos abriga como una flama desde la cuna. Pero lastimosamente en ocasiones llegamos a un punto, en el que estas conductas de buena fe, pueden dar pie a que algunas personas abusen o piensen que pueden aprovecharse de las almas generosas. Y es que deberíamos preguntarnos: ¿Qué sería del mundo si nos aferramos a amores que no responden al cariño de su pareja? o ¿Cómo actuaríamos si a pesar de brindar toda nuestra confianza en algún amigo, éste demuestra con el tiempo no ser verdadero, ya que traiciona por la espalda en el momento menos indicado? Es ahí el momento en el que toda acción tiene su reacción, porque para que existan relaciones sanas, debe existir la reciprocidad. No olvidemos que la misma mano que se extiende abierta para dar y compartir lo que tiene, será la que esté abierta para recibir cuanto lo necesite, porque es ahí donde nace la correspondencia, y lo menos que se puede hacer en gratitud con el prójimo es responder de la misma manera cuando alguien necesite de nosotros. De ahí que una cosa es ayudar a quien necesite de nosotros, demostrando que en el mundo todavía existe gente buena, pero no por ello se debe permitir que otros se aprovechen de la bondad del corazón, está en nosotros distinguir.

No hay nada mejor que ser recíprocos con nuestros compañeros, vecinos, amigos, familiares, porque indiscutiblemente, si llevamos esta virtud como nuestro documento personal, estaremos creando una nueva humanidad. Pese a todo, es un hecho que si somos generosos, no debemos permitir jamás que nada ni nadie cambie nuestra auténtica naturaleza. (O)