¿Vejez o madurez tardía?

Juan Aranda Gámiz

El proceso de envejecimiento es un largo trayecto de cambios que se van suscitando, a nivel corporal y relacional, vinculados al paso del tiempo.

Hay quien lo llama “vejez”, a lo cual se refiere el diccionario como “último periodo de nuestro existir, que sigue a la madurez y/o cualidad de viejo”.

“Lo viejo” es lo que ha perdido validez por el paso del tiempo y suena a “añejo”, no siendo aplicable a un ser humano que carga una vida entera de dedicación y empeño.

Prefiero hablar de “madurez tardía”, pues según el diccionario “la madurez es el espacio de vida que transcurre entre la juventud y la vejez”, siendo difícil establecer el momento en el que una persona es viejo-a, lo cual se asocia con el momento de la jubilación o cuando merman sus facultades físicas y/o intelectuales.

Hablamos en tono despectivo: “es demasiado viejo” o “qué viejo se le ve”, “mira esos viejos” o incluso “tiene actitudes de viejo”.

Y si optásemos por el término “madurez tardía” precisaríamos establecer un momento igual para todos y que no dependa de circunstancias personales, peso de las cargas laborales, raza o patologías padecidas.

Para mí es oportuno hablar de “madurez tardía”, como una etapa de respeto y llena de opciones, para que el desarrollo siga siendo pleno y no se diluyan las oportunidades que los demás tenemos de aprender y servirnos de la experiencia y el bagaje cultural de nuestros “maduros tardíos”, aunque algunos ya hayan acuñado el término “adultos mayores”, o sea, “toda persona que ha llegado a un grado completo de desarrollo y se ha hecho mayor”.

¿Y qué hay de quienes no han podido alcanzar su pleno desarrollo, físico e intelectual, y se han hecho mayores? ¿No tendrían ese derecho a llamarse “adultos mayores” y nos quedamos tan tranquilos? (O)