El poder, ¿para qué?

Félix Paladines P.

Nunca está demás reflexionar sobre el poder y los mecanismos para alcanzarlo, sobre el poder y los procedimientos para ejercerlo, sobre el gran dinero y el poder, sobre la honestidad y el poder. Históricamente son temas que han atraído a pensadores de todas las culturas y de todas las épocas; más ahora, cuando nos encontramos enfrascados en un proceso de elecciones para poner el poder provincial y cantonal en manos de quienes resulten electos, las reflexiones sobre tan interesante tema parecen más oportunas.

Si consideramos las tres etapas generales del desarrollo económico y social de la humanidad, tenemos que, desde la Grecia y la Roma clásicas (democracias esclavistas) el poder ha sido ejercido por los más altos representantes de las clases pudientes. Aristóteles sentenciaba: “los trabajadores deben ser todos esclavos. Nunca una república bien ordenada los admitirá entre los ciudadanos (ciudadanos eran los hombres libres, los esclavistas, los dueños naturales del poder), o si los admite, no les concederá la totalidad de los derechos cívicos, derechos que deben quedar reservados para los que no necesitan trabajar para vivir”. Entre los nobles, el desprecio por el trabajo físico era completo.

Más tarde, en la etapa feudal, los nobles -dueños de la tierra y la riqueza, y del poder en consecuencia- hasta se arrogaron, desde “la superioridad de su poder”, el derecho de crear e imponer sus juicios y sus valores para juzgar a los demás. Ellos teníanse por hombres de un rango superior, por lo mismo, los hombres destacados, buenos, eran hombres de “nobles sentimientos”; los otros, los siervos, los que no se sometían pacientemente a su dominio, eran hombres de “negros sentimientos”. Impusieron sus juicios y sus valores (en esta etapa, muchas veces, “la nobleza de la sangre –auténtica nobleza-” llegó a compartir el poder con “la nobleza de la espada” y con “la nobleza de la toga”).

Del feudalismo para acá, etapa capitalista, el dinero se erige en el valor fundamental, en el valor supremo y en arma de ascenso social y de poder. No es momento de comentar, por sabido, cómo en nuestro país la burguesía agroexportadora, junto a la burguesía bancaria y financiera, ejercen un control monopólico del poder, casi desde que fuimos república.

También el ansia de poder ha sido motivo de profundos análisis de muchas de las mentes más lúcidas de la humanidad: Tomás Hobbes y Federico Nietzsche, en diferentes momentos históricos, analizan y desarrollan sus ideas sobre los orígenes del ansia de poder, como algo que está en el hombre y forma parte de los horribles misterios de la condición humana. “Hay en el hombre un deseo perpetuo, incesante, de poder, que no cesa más que con la muerte”.

Los que pronto serán electos, recuerden que el poder no puede considerarse como un fin en sí mismo (Maquiavelo). Es solo un medio, una posibilidad que nos da la vida para servir a los demás, para ser útiles socialmente. Recuerden también que el poder y la Ética deben marchar de la mano: el poder no debe utilizarse para sus fines particulares, para beneficiarse y beneficiar a amigos y parientes, y a quienes ayudaron a financiar la campaña. (O)