Huecos rotos

Somos un blanco fácil, el caos de un universo patéticamente casual nos tiene en la mira.

No hay mañana. Ni tan siquiera hay hoy. Me fulmina la conciencia, a rabiar de sensaciones carcomidas por ansiedades necias y obscuras. Qué hay de mi pasado maltrecho, de la Luna ploma y las caras de niño… todo se lo llevan, me lo roban de mí, me lo arranchan y yo… sin fuerzas, suelto una lágrima metálica que le pesa hasta bajar por la mejilla.

No quieren ni salir de mí las tristes emociones que, hostigadas por tanto maltrato, se refugian sin querer ver la luz del sol, allí en sus cuevas roídas donde se emborrachan con vino de mesa y dan voces; con razón retumba mi inconciencia temblando de desánimo.

Vaya… que retorcida parece entonces la experiencia humana… nunca satisfecha de perseguirnos con ternuras inexplicables y paciones fuertes. Con tragedias profundas y traiciones inesperadas, con desamor… con la inexplicable pero perra sensación del nudo en el estómago. Que inmundo desafío.

Con razón apuramos nuestra transformación a máquinas. Para dejar de sentir… para obligarnos a ser solo eso… lo que no requiere esfuerzo, lo que sin querer sale, lo que no obliga a la temerosa memoria emotiva a saltar en el hipotálamo, emperrada por falta de vacaciones trimestrales, mientras se fuma cigarros constantes y se hincha a comida chatarra para recibir la dopamina que le falta.

Somos parte de un juego desequilibrado de juicios y perjuicios, de privilegios e injusticias, de confidencias y vanidades… somos presas del carácter fuerte de un mundo complejo, allí en donde millones caminamos cegados por la idea de utilizar nuestros sentidos y encontrar placeres ínfimos.

De naturaleza nómada, pendientes de ritos y mitos… mamando incongruencias, creyéndonos dueños de algún mañana, peor aún… creyéndonos dueños de algún hoy. Puff… somos polvo, toba de huecos rotos.