¿Delincuencia líquida?

Klèber Mantilla Cisneros

Nada más subversivo que la flexibilidad para portar armas. La escalada de violencia y el itinerario de hechos de horror en el país ponen sobre tapete la realidad de una herencia macabra: corrupción junto a impunidad, delincuencia organizada mezclada con narcotráfico, segregación fronteriza enlazada a lo urbano, demencia en centros de rehabilitación por consumo de droga, sobrepoblación carcelaria, asesinato de turistas, suicidios de adolescentes, niños acusados de violadores, abundancia de feminicidios, acoso sexual de religiosos y zozobra ciudadana por doquier.

La violencia viene con matices y contextos, pero emiten un gran legado de malas políticas públicas. Volver a lo esporádico cuesta. Al poco valor de principios. Al arquetipo impuesto de políticos de media luz. A la tecno-cumbia y al melodrama introducido en la campaña política. Pero, ¿cuál es la peor de las violencias? Creo, la violencia líquida que nos resbala. Esa que no se ve ni procesa. La que acusa y defiende policías, jueces y ladrones en tv. La que ofrece castigo y perdona al hilo porque es una fuerza mafiosa heredada. Esa de la sanción y huida del pillo.

Un tiempo de atención del electorado valioso porque se monetariza en redes sociales y teléfonos celulares. Estas vitrinas convertidas en panfletos sanguinarios en tiempo real donde las audiencias son grupos parcializados, segmentados, indiferentes, con ideologías de membrete y estereotipos vacíos. Con candidatos de discursos raídos, visitas irrisorias a barrios o callejuelas y afiches de promesas abrumadoras. Lo triste está en el elemento populista del uso de armas que ya dejó de ser algo incendiario o perturbador, porque el problema nace del mercadeo y pesará en las urnas.

Tal vez perdimos de vista la procesión de crímenes y parcelas. Claudicamos en un lugar común de tanta violencia. Y, la anticorrupción con pistolas de agua resuena a madrugador aferrado a milagros. Lo cruel: la seguridad de la familia, el fin de los políticos inescrupulosos, de armar civiles, no perseguir a los perseguidos y montar la misma guerra a la delincuencia líquida. A ver si un día la solución se vuelve repugnante e impresentable. Un desequilibrio del orden establecido que subvierta lo perfectible y construya el carácter cuestionador, insubordinado y rebelde. No con candidatos de tramoya sino de gente pensante en la moral, preocupados en levantar la sociedad sólida.

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