Restos de Sucre

Nicolás Maduro ha exigido a Lenín Moreno la entrega de los restos del Gran Mariscal de Ayacucho. Trata de ganar popularidad en momentos que ha comenzado a derrumbarse la usurpación del poder en el que se sostiene por el respaldo de la camarilla que le rodea, de militares indignos de llamarse así, ya que verdaderamente son pretorianos a los que anima la codicia y la corrupción, en desmedro de los altos intereses nacionales cuya defensa es el juramento y la conducta de los militares de honor, en cualquier tiempo y lugar.

Un pedido semejante hizo a nuestro país otro gobernante venezolano, asimismo autócrata pero ilustrado (Antonio Guzmán Blanco), lo que marca diferencia con el montaraz que oprime y destruye a la patria de Simón Bolívar. Venezuela, en otras ocasiones, también ha hecho este requerimiento, sin éxito obviamente, ya que prevalece la voluntad expresa y escrita de Sucre de que sus cenizas reposen en nuestra tierra a la que amó entrañablemente y la que ha sabido honrarle con respeto y gratitud.

El 4 de junio de 1830, cuando regresaba a Quito desde Bogotá, a 80 kilómetros de Pasto fue emboscado y muerto este personaje. A sus restos se los trajo secretamente a nuestra capital y ocultados para evitar profanaciones, primero en la capilla de la hacienda El Deán, de propiedad de su viuda, Mariana Carcelén, Marquesa de Solanda, quien supo proteger estas reliquias con inteligencia y veneración, luego en el Carmen Bajo, hasta que, en apoteósico suceso y cuando gobernaba Eloy Alfaro, el 4 de junio de 1900, fueron trasladados a la Catedral, donde reposan en sitio digno de la grandeza del héroe.

En esa ocasión, González Suárez, el fundador de la Academia Nacional de Historia, pronunció uno de sus más célebres discursos.

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