Un país de analfabetos

Diego Cazar Baquero

Lo que pasa en internet es también el mundo real. La web ha sido escenario de masivas convocatorias en el planeta: la Primavera Árabe o las protestas que llevaron a la destitución del expresidente ucraniano Viktor Yanukóvich, en 2014. Lo que se difunde en internet puede determinar el destino de una sociedad entera. Pero, ¿sabemos interactuar con lo que se dice en Twitter, Facebook o Instagram? ¿Conocemos de la incidencia real de un post o un tuit en la vida de los otros? ¿Tenemos idea de que nuestra información personal es usada por políticos y empresas a su antojo y sin nuestra autorización?

Según el Instituto de Estadística y Censos (INEC), a inicios del 2017 una de cada 10 personas de entre 15 y 49 años era analfabeta digital. Visto al apuro, diríamos que Ecuador está casi plenamente inserto en la era digital, que es un paraíso lleno de sagaces intérpretes de la información que circula en la red. Pero no es así.

La alfabetización digital, para el Estado ecuatoriano, depende de que tengamos un celular activado o de que hayamos usado computadora o internet. Las discusiones sobre las reformas a la Ley Orgánica de Comunicación no contemplaron nunca la urgencia de una campaña de alfabetización digital que nos permita defender la protección de nuestros datos personales, identificar ‘ciberdelitos’ y combatirlos, rechazar mecanismos estatales y privados que buscan controlar nuestras acciones ciudadanas y construir una comunidad digital basada en el acceso libre al conocimiento y en la formación permanente en el uso de internet.

Basados en el artículo 19 de la Declaración Universal de los DD.HH. –aplicable en el mundo offline así como en el mundo virtual– sobre el derecho a la libertad de opinión y de expresión, y partiendo de que toda legislación debe proteger la libertad de expresión y promover el pluralismo mediático, es momento de exigirnos un compromiso colectivo frente a la imperiosa necesidad de implementar programas integrales de alfabetización digital que involucren por igual al Estado, a la academia, a los medios y a la gente de a pie.

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