Los políticos repentinos

Rocío Silva

Se ha desplegado el campo de la arena política, ya se ha puesto en acción toda la artillería pesada de las organizaciones que sustentan las candidaturas a elecciones seccionales que se realizarán en el Ecuador el 24 de marzo de 2019. En la provincia de Tungurahua se constata como los candidatos de las diferentes tiendas, entran en contacto, luchan por el predominio y también llegan a distintas formas de compatibilización y entendimiento.

El escenario vuelve a presentarse con su típica reedición variopinta, al punto de que no ha faltado quien haya echado mano a su experiencia como funcionario público -y no precisamente en espacios representativos de elección- sino en puestos de confianza y libre remoción, ya sea como directores departamentales o rectores de instituciones educativas. Situación, que bien puede ser entendida, como que el desempeño en su paso por la función pública, tuvo como cometido ir logrando un capital político, para ser usado en el momento de una candidatura; manejo demagógico que no dista mucho de la presencia de locutores, presentadores, animadores y otros personajes de la farándula criolla.

Entonces, el estribillo es el mismo: “como no soy político, y en mi trabajo he conocido las necesidades del pueblo, trabajaré por los pobres y necesitados”, frase tan recurrente que demuestra que siempre el político repentino, recorrerá el andarivel de los consensos fáciles, a quien Aristóteles ya lo definió como un “adulador del pueblo”. Su referencia al pueblo, no alude al cuerpo cívico en su totalidad, conformado por todos aquellos que son titulares de los derechos políticos, sino a los estratos que ellos creen les deben favores y los consideran como el blanco certero para lanzar sus dardos de interés.

Estos repentinos políticos creen exacerbar las pulsiones y los deseos elementales, a partir de su paso en el desempeño de una función, a diferencia del buen político que produce argumentaciones, basándose en la razón de sus interlocutores. El repentino político hace uso de su acumulado, se maneja a través de asesores y redes sociales, mientras el buen democrático trata a los ciudadanos como sujetos intelectual y moralmente autónomos.