El cuarto rey mago Artabán

POR: Laura Benítez Cisneros

Una antigua leyenda cuenta sobre el cuarto rey mago Artabán, con los deseos fervientes de realizar la caminata de Oriente a Belén siguiendo la estrella que los llevará a ver el rostro del Salvador vivo. El encuentro de esta cita con Melchor, Gaspar y Baltazar, se realizaría cerca de los muros del Templo de Borsippa a la entrada de la populosa Babilonia. Cargados con los obsequios: oro de los reyes, incienso de los dioses, y mirra de la muerte, lo esperaban para partir juntos y ver al Niño que antes de ser hombre ya era rey de reyes.

El regalo del cuarto rey mago Artabán no es menos bello ni esta exento de misterio, un diamante que como ninguno otro muestra lo que puede ser el carbón labrado por el tiempo, un rubí de un carmesí tan intenso como la sangre que ya recorría en el cuerpecito del Niño y que algún día será derramada por los hombres.

Artabán, guiado por el resplandor de la estrella que anuncia y guía su camino cabalgando sobre su potro, no siente el cansancio y la esperanza acrecienta sus fuerzas. En los desiertos de arena, el viento a borrado las huellas apresuradas del potro Basda, que de pronto deja de caminar, se estremeció y se inmovilizó como una figura de piedra. Sus orejas erguidas se detienen delante de un cuerpo de un hombre, que se encuentra moribundo e implora socorro y comenta que los ladrones le robaron todo: ¿quién podrá devolverme el bien perdido?

Después de prestar su ayuda a aquel desvalido hombre, acosado por una visión que recibió aprieta los ijares del potro Basda y llega por fin a los muros de la mencionada cita. Los otros magos de ver su retraso ya han partido por cuanto se había tardado tanto y han dejado al pie del templo un pergamino que decía: “Te esperamos en vano hasta la media noche. No podemos esperarte más. Nos dirigimos hacia el desierto. Ven alcanzarnos”.