Hablando de revoluciones

Ugo Stornaiolo

Aunque para nostálgicos, viejos intelectuales y revolucionarios de cafetín, su centenario no pasó desapercibido, aunque cada vez existen menos motivos para recordarlo. Posibilitó que trabajadores, soldados y campesinos pobres se enfrenten y derroten al régimen de los zares, en la llamada revolución bolchevique, cuyo ideólogo fue Vladimir Ilich Ulianov “Lenin” y que estableció, como consigna, “todo el poder a los soviets”.

El término “soviet” se refería a las asambleas que posibilitaron el movimiento insurrecto, así como la base para formar la hoy extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Desde 1905 hasta 1917, la Rusia zarista se vio afectada por desastres militares, originados en la guerra de Crimea (1853-1856), con una dolorosa derrota bélica ante los japoneses (1905). En la primera guerra mundial, los zares tomaron activa participación en la misma, pero se retiraron con el inicio de la revuelta en su país.

La Revolución rusa fue un momento clave para el mundo y su influencia generó cambios en algunos lugares, por la transición del feudalismo al socialismo, sin entrar en el capitalismo, provocando admiración en pensadores de izquierda, que alabaron el proceso. Algunos –en Ecuador- aún añoran la URSS.

Para los críticos fue un golpe de Estado que, luego de la muerte de Lenin, degeneró en la dictadura de Josip “Stalin”, considerada una de las más sangrientas de la historia, comparable –superando, según muchos- al régimen de la Alemania nazi de Hitler.

La influencia de este proceso en Latinoamérica fue tardía -recién en los 30- y generó pugnas en las izquierdas del continente, tras el triunfo de Mao Zedong en China, en 1949. Sin embargo, el sueño de exportar revoluciones solo se creyó posible tras la revolución cubana de 1959.

¿Qué queda de la revolución rusa? Regímenes autoritarios que “actualizaron” ese modelo con gobiernos antidemocráticos –encarnados en el socialismo del siglo XXI-, erigiendo caudillos mesiánicos, omnipotentes y remedos de Stalin. Fue una revolución de mil años que, por suerte, no duró cien.

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