Lumbre de paz

Franklin Barriga López

En la noche del 24 de diciembre afloran sentimientos de concordia, en medio de una atmósfera nacional y universal saeteada por incomprensiones, intolerancias, violencia.

Cantos, alegría, emociones intensas incentivan los mejores pensamientos; pese a lo que generalmente se cree, afirmo que es una fiesta de tristeza: el calor hogareño invita a la dulcedumbre pero también al recuerdo, en que resaltan las figuras que se nos adelantaron al sepulcro. Desgarradoras evocaciones que amplían ese vacío.

La noche de paz está iluminada por la estrella de Belén, alto símbolo de mansedumbre y redención para la humanidad, especialmente para las naciones cobijadas por la cultura occidental.

Es la hora de los villancicos, singularmente del que mayor eco ha tenido en el planeta, ya que se lo ha traducido a más de 300 idiomas y se lo canta con especial unción: “Noche de paz,/noche de amor, todo duerme en derredor, entre los astros que esparcen su luz”.

Desde 1816 esta composición viene deslumbrando por la armonía y mensaje que conlleva; escrita originalmente en alemán, su autor fue el sacerdote austriaco Joseph Mohr. En el 2011 la Unesco la declaró Patrimonio Intangible de la Humanidad, lo que reconoce la importancia, contextura y alcance geográfico de esta pieza famosa y entrañable.

Bien vale dedicar el presente artículo a esta noche y lo hago complacido con la ilusión de que su lumbre llegue al corazón de todos los seres humanos, para enfrentar la tormenta de nieve que permanentemente le acompaña y produce tanta amargura y desigualdad.

La utopía convierte a veces los sueños en realidades.
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