Realidades plasmadas

Hace una semana, una chica rubia con cara aplatanada y señales de mal dormida, trajo un libro no-común a un examen de finanzas. ‘Mi lucha’, de Adolf Hitler.

Intranquilo por los nervios del examen, le pongo una cara extrañada y un poco inquisidora. Pregunto por la extraña aparición de Hitler en un examen de Finanzas II… a fin de cuentas hacía mucho tiempo desde que había visto algo relacionado con la Segunda Guerra Europea… tan lejana a mi pueblo, a mi tiempo.

Me contestó que hay que meterse en la cabeza de los “malos” para poder entender sus motivaciones y destruirlas de raíz. “Así como los de tus enemigos… yo perdono, compadezco cuándo entiendo la motivación de alguien cuándo actúa de cierta forma en la que no estoy de acuerdo” – me contaba.

Nadie está loco según su propio juicio, pero… ¿Qué lleva a la creación de dicho juicio?… ¿Qué va detrás?, ¿Cómo se desarrolla el proceso de creación de una idea… de un “pecado”, de una decisión? Esa es la clave de la compasión… compadecer porque entiendes a alguien, mas no porque asumes su ignorancia. Nadie es corrupto de nacimiento, y nadie toma una decisión sin previo desarrollo. Cada acción cuenta, cada momento de atención que prestamos a los demás… todos… todos interconectados interestelarmente en la vastedad de nuestro tiempo-espacio, consternados y confusos ante la soledad de la experiencia humana, cada quien tratando de dar sentido a su vida con respecto a los demás, gritándonos unos a otros por confirmar que no somos los únicos que nos sentimos así.

Puede ser entonces que finalmente no sea el poder lo que nos llama, si no el hecho de dar voz a lo absurdo de nuestra condición, buscando maneras de transmitir como sentimos nuestra realidad, tomando cada opción para plasmar lo que miramos de alguna manera. Como el casi olvidado Hitler, que quería ser artista, pero terminó siendo dictador.