La desconfianza y la venganza no construyen

Fausto Jaramillo Y.

Una de las más sombrías herencias del anterior régimen es el miedo. La política persecutoria que implementó, desde la presidencia, el innombrable economista, fue la de la palabra encendida y grosera, las órdenes dictadas en las sabatinas que la justicia a la que metió mano, obedecía ciegamente, la visita de improviso de las brigadas del SRI, y sobre todo, la violencia con la que se reprimía la protesta social. Muertos, heridos, presos, cambios de unidades educativas a los jóvenes, suscripción de Acuerdos ministeriales con dedicatoria, y un largo etcétera que fue calando, poco a poco, ese miedo cerval, paralizante, que aplastó cualquier intento de reacción. Los partidos políticos mostraron su cobardía y la sociedad prefirió adoptar la actitud del avestruz, escondió la cabeza en la arena del silencio y de la sumisión.

Al romperse el dique de esa violencia, la ciudadanía muestra ahora unos sentimientos detestables y difíciles de controla: la desconfianza y la venganza. Desconfía de todo y de todos; no hay tema o personaje que pase el control ciudadano, porque una mota en su pasado, un claroscuro en su familia o amistades descalifican a cualquier ecuatoriano para el desempeño de cualquier función.

La venganza, por su parte, sentimiento poco conocido en las relaciones sociales, es ahora la principal, y en ocasiones la única, mirada con la que se ve y se juzga las acciones de las autoridades y de la justicia. Si una persona cuyo desempeño sea límpido y honrado, ahora debe ser acusada y juzgada como reo de los peores crímenes por el delito de haber demostrado cierta cercanía con el régimen pasado, y su futuro no puede ser otro que el vivir unos cuántos años en la cárcel de Latacunga o en cualquier mazmorra apestosa e inhumana.

Hay, entonces, en la sociedad ecuatoriana, un cierto tufo de destrucción. Nadie, o casi nadie, propone, solo critica y vocifera. La atención está centrada en la actuación de los jueces a los que la suerte les ha entregado la responsabilidad de conocer ciertas causas contra los anteriores miembros de la corte celestial del aprendiz de tirano que nos gobernó hasta hace poco. Si su fallo coincide con la venganza, entonces se aplaude; pero, si su fallo es contrario a ella, enseguida el epíteto insultante, la llamada a proceder como Torquemada y clavar el INRI de traidor o cualquier otro.

Creo que va siendo hora de que la calma y la razón vuelvan a la ciudadanía. Hay que juzgar a los deshonestos y a los que hayan procedido contra la ética y contra las leyes; pero esa acción es propia de la justicia y no de los ciudadanos y de las redes sociales. A los caminantes nos corresponde pensar sobre el país que creemos, decirlo con valentía y dignidad, construir lo que sea necesario para lograr el objetivo, pero dejar en el camino la desconfianza, la venganza. El odio no construye, por el contrario, destruye. Así nos demostró el odiador que, hasta hace poco, estuvo en Carondelet.