El modernismo al margen

MIGUEL ÁNGEL RENGIFO ROBAYO

Pongamos los puntos sobre las íes; por ahí siguen los aventurados innovadores queriendo impresionar con ser los pioneros de la puesta en valor de lo que la filología y axiología se ha encargado con creces; desde el intelectual Atanasio Viteri Karolys, Hernán Rodríguez Castelo los hermanos Franklin y más Leonardo Barriga López, hasta el insistente y no muy examinado Humberto Salvador se han preocupado con razón en el Caso Félix Valencia Vizuete.

Como todo joven mis primeros intentos eran tan barrocos que dejarse envolver por los poetas y escritores modernistas era una senda obligada; el impacto de una vida signada de mito y leyenda en los albores del siglo XX trastoca e interesa a todo lector; ya se dedicaron con creces sobre el paradero de la partida de bautismo del vate latacungueño, que puso en duda su origen por un artículo publicado por la asociación de ex alumnos del colegio Mejía de la década de los 60 donde se testimoniaba sobre el poeta y según este artículo decía ser oriundo de Tulcán; labor ratificada por el hallazgo de la partida en el archivo de la curia tras largos meses por el investigador García Lanas y expuesto por Leonardo Barriga quién dedicó una serie nutrida y compilatoria de los poemas del dolor.

Reconocerlo en el modernismo tardío o en la influencia de un tiempo es necesario y urgente, lo hemos advertido que entre los nombres de Humberto Fierro Jarrín (1890 – 1929) Ernesto Noboa y Caamaño (1891–1927) Arturo Borja Pérez (1892–1912) Medardo Ángel Silva Rodas (1898–1919) Víctor Hugo Escala Camacho (1888-1957) Alfonso Moreno Mora (1890-1940) Félix Valencia Vizuete (1886– 1919) Wenceslao Pareja (1892–1947) Luis Felipe Veloz (1885–1959) J. A. Falconí Villagómez (1895 – 1967) José María Egas (1896-1982) César Arroyo (1896-1982= Eloy Proaño (1890-1965) Manuel María Palacios Bravo (1891–1969) Sergio Núñez (1896-1984) Remigio Tamariz Crespo (1884-1948) son los nombres al margen y sin eufemismos y fanatismos de espontáneos también se deben considerarse.

Se llama honestidad intelectual el reconocer la valía y la coherencia con la que se debe tratar la historiografía, porque lo que esta fuera de ella solo es ficción o peor solo rumor.