Odiar al humano

Daniel Marquez Soares

Todas las grandes narraciones taquilleras de los últimos tiempos, literarias o cinematográficas, tienen algo en común: los villanos son los humanos. Las epopeyas contemporáneas retratan al ser humano como una criatura pérfida que, movida por la ignorancia y la codicia, siempre termina destruyendo todo lo puro y bello. Somos una especie sumamente particular; nos inspiramos con las gloriosas historias de criaturas fantásticas y seres de otros mundos que combaten contra el mal de, ¡nosotros mismos! Nos detestamos tanto que nos complace imaginar que otras especies nos derrotan. En las recientes novelas de ciencia ficción de Liu Cixin, tan aclamadas, justamente son un grupo de humanos altamente privilegiados y cultivados quienes contactan, invitan y guían a los extraterrestres hacia la Tierra solo para que nos destruyan.

Esta compulsión antihumana no está restringida al arte y al entretenimiento, sino que parece haber contagiado todo nuestro pensamiento. En encuestas en diferentes países acerca de los principales problemas y obstáculos del presente, las personas suelen tener la vista puesta en los problemas de origen humano, como la violencia, la codicia o la corrupción; problemas mucho más graves, que parten de una limitación física o de una carencia científica, como la falta de una fuente eficiente de energía limpia, desastres naturales, enfermedades sin cura barata y definitiva, o fuentes seguras de alimentos, parecen importarle menos a todo el mundo. Los problemas, creemos, vienen de las personas, y los que no, como los vaivenes de la naturaleza, resultan problemáticos apenas porque hay demasiadas personas en el planeta. Da igual; el problema siempre somos nosotros.

Los libros de moda y las ideologías contemporáneas parten también del mismo dogma antihomosapiens; ya sea Yuval Harari, con su idea del ser humano como una criatura que no sabe lo que quiere y destruye todo en el proceso de descubrirlo, o los ambientalistas, recordándonos siempre la tragedia que representamos para la creación. Odiar al humano se ha vuelto sexy.

Es justo preguntarse qué futuro le espera a una especie que ha terminado por convencerse de que su propia naturaleza es perniciosa.

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