El líder populista

César Ulloa

El líder populista busca la redención del pueblo como si él fuese un exorcista que domina a los demonios y procura la sanación de la gente. Se atribuye asimismo poderes mágicos y también míticos. Inventa, recrea y juega con sus palabras en discursos rimbombantes, porque sintoniza -con un olfato bien entrenado- con las necesidades, infortunios y las desesperanzas de sus seguidores. Despotrica contra el pasado, porque él se ofrece como el milagro del futuro. Por eso habla de la refundación del Estado, de una nueva democracia de corte experimental, del fin de los partidos y de la muerte de las instituciones del sistema político. Para el populista, no hay ideología que valga, pero sí un conjunto de fórmulas que nunca fueron probadas como exitosas para administrar la cosa pública.

El populista decide qué hacer con los recursos del Estado en función de los resultados electorales que persigue, porque vive en eterna campaña, antes que planificar acciones de largo plazo que pudieran comprometer su capital político. En esa línea, trata de satisfacer permanente y contundentemente las necesidades del pueblo, aunque en algún momento no cuente con recursos para cautivar a sus seguidores y sostener sus nichos. Para el populista, el fracaso del sistema político es vitamina, porque capitaliza y configura la antipolítica en el sentido de despreciar la actividad pública y a los políticos, pues se presenta como un sujeto no político.

El Ecuador tiene una larga trayectoria populista, porque no ha superado las prácticas enraizadas desde la colonia, prácticas que son mesiánicas y caudillescas, y que se reproducen en los pueblos más remotos hasta en aquellas ciudades urbanas de mayor concentración demográfica. El populismo se revitaliza a diario con la personalización exacerbada de la política, en donde los mesías están sobre las leyes e imponen sus intereses sobre el bienestar colectivo. El enfrentamiento contra el populismo requiere de dosis de voluntad política y de un acuerdo nacional que fortalezca las instituciones antes que ídolos de sal y barro.

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