Impotentes e insignificantes

Daniel Marquez Soares

El Gobierno ha anunciado que destinará el próximo año cerca de siete mil millones de dólares a diferentes subsidios. No hay forma de evitar que un par de cientos de burócratas dispongan arbitrariamente de semejante fortuna. La opción teórica de buscar, postular y elegir, dentro de unos años, a nuevos líderes que se opusieran a ello (imaginando incluso que fueran decentes y no se echaran atrás para preservar su carrera) resulta demorada, ineficiente y poco probable.

Esas decisiones obedecen a las necesidades, el ritmo y las disposiciones del sistema, no de las personas. El ciudadano resulta hoy impotente, insignificante e intrascendente ante la monstruosa maquinaria administrativa del Estado y sus millones de asalariados.

Así, la apatía de los ciudadanos ante decisiones políticas trascendentales como esa, la de los subsidios, resulta lógica y comprensible. Presupuesto del Estado, currículum educativo, agenda de construcción obra pública, diseño del sistema de salud y seguridad social: no hay forma de influir en esos temas. No queda sino cruzar los dedos y esperar que los iluminados que deciden al respecto dejen caer algunas migajas y que alguna de sus decisiones repercuta positivamente.

Mientras, surgen una serie de temas, supremamente marginales e intrascendentes, que parecen atraer toda la atención del público. Si un marciano observara las redes sociales ecuatorianas, las polémicas en medios de comunicación o los debates en centros educativos llegaría fácilmente a la conclusión de que los ciudadanos de nuestro país tienen que decidir si abortar o no una vez por semana, que millones de mujeres resultan embarazadas por culpa de violaciones y otro par de millones por una vida asombrosamente promiscua, que todo el mundo está coqueteando con la idea de cambiar de género y exigir prebendas, que hay cientos de miles de feministas radicales subvirtiendo el orden y millones de parejas de homosexuales luchando por adoptar niños.

No hay proyectos de ley alrededor de esos temas, ni ninguna urgencia, pero los discutimos porque, como hay sexo de por medio, nos apasionan, escandalizan y permiten pelear infinitamente. Así, podemos distraernos de la triste realidad de que nuestra voz y nuestro voto no sirven para nada.

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