Brasil de estos días

“Bolsonaro, tal vez no sea el mejor fertilizantes para que Brasil crezca, pero indudablemente es el mejor pesticida para las plagas de hoy”. Esta frase atribuida a un campesino del sur de Brasil, y que circula por las redes sociales, creo que es la que mejor explica el triunfo de este ex –militar que gobernará al gigante sudamericano desde el próximo año.

Brasil desde hace algunos años vive bajo la sombra de la corrupción. Recordemos que hace décadas destituyó a un presidente, acusado de corrupción, en un proceso hasta entonces desconocido en nuestros países: el impechment. Luego no ha habido un solo día en que distintos escándalos de trafasías económicas han sacudido a su pueblo.

La presencia de Luiz Inacio da Silva, mejor conocido como Lula, aparentemente apaciguó los ánimos de los brasileños, pues, sus primeros años de gobierno sirvieron para rescatar su economía y permitieron que millones de ciudadanos salgan de los sombríos niveles de pobreza. A él le sucedió Dilma Roussef, afiliada al mismo partido de los trabajadores al que lidera Lula, y que fuera Ministra en su gabinete. A ella le llegó otra destitución por maquillar las cifras del presupuesto gubernamental. Paralelamente, muchos diputados también fueron destituidos por corruptos.

A esta vorágine de escándalos y de líderes corruptos, llegaron los datos de “Lava Jato” y de Oderbrecht, que involucraban a decenas de diputados, ministros, gobernadores y hasta al mismo Lula. Todos ellos fueron acusados de recibir sobornos de estas compañías para favorecerles con contratos gubernamentales. Tras las investigaciones y escándalos mediáticos, la justicia actuó y fueron condenados; entre ellos Lula que deberá cumplir una condena de 12 años de prisión por haber sido favorecido con un departamento de lujo en un edificio frente al mar.

Entonces, aparece Bolsonaro. Un militar que con un discurso violento, agresivo, misógino, en el que decía que no tendría compasión con los corruptos, enamoró a los electores de ese país y logra triunfar en la contienda electoral.

Brasil, un país en el que tradicionalmente se había enseñoreado la pobreza, ya no aguata vivir más bajo la miserable corrupción y por eso ha optado por un candidato inculto y grosero pero que le ofrece atacar y combatir ese mal que por años, decenas y, quien sabe, si centenas de años no le ha permitido resolver sus muy graves problemas sociales y económicos, mientras sus líderes viven en la opulencia.

La corrupción no tiene banderas políticas, es de derechas y de izquierdas; es una enfermedad humana que contagia a seres débiles y mediocres, sin valores, pero llenos de ambiciones. Líderes que aparecen como salvadores pero que luego enfrentados a la realidad se muestran tal como son: cobardes y miserables.