La otra comunidad wao

Nemompare es una comunidad waorani en Pastaza libre de maquinarias, de pozos petroleros, de emisiones de humo y químicos. Con niños que corren por la selva y conviven con tapires y otros animales recónditos. Su historia.

POR: ANDREA GRIJALVA ORQUERA

No hay luz eléctrica, ni agua potable, ni señal celular. Pero sí energía solar y tanques para purificar el agua lluvia. También una letrina de madera protegida con un techo de hojas.

Nemonte Nenquimo, mujer wao, de tez tiznada de sol, ojos negros profundos y cabello largo, se baña bajo una cascada cada fin de semana. ‘Río de estrellas’ -su nombre en español- viaja en lancha una hora y otra camina. Sale desde su comunidad, Nemompare, en Pastaza, hasta llegar a la cascada. La cascada es su lugar sagrado.

Hace un poco más de tres años esa caída de agua le dio el nombre a su hija. Un fin de semana, como tantos, fue con Mitch, un ‘gringo’ de casi dos metros que es su pareja. Tenía ocho meses de embarazo y había pensado ponerle Dakame, como una planta medicinal.

Ese día, recuerda Nemonte, caía bastante agua. Estaban ahí parados y apareció un arco iris bien ‘chiquitito’ en los pies de ambos. “Cogí la mano de Mitch y dije: en nuestros pies salió dayme (arco iris), quiero poner nombre Dayme. Y Dayme estaba moviendo y estaba pateando”.

Dayme nació en territorio waorani, de madre wao y de padre estadounidense. Nació en una comunidad sin extracción petrolera ni presiones de compañías, pero con selva y ríos.

‘Nemo’, como le dicen de cariño a su madre, dio a luz en una hamaca particular. Tiene un hueco por donde sale el bebé para ser recibido por una partera. Fueron horas de pujar y pujar, y cuando salió Dayme, un perro le lamió.

Estaban en la ‘casa’ central, que hace de sala, cocina y comedor. Son unas columnas de madera, que sostienen un techo de hojas. No hay paredes; solo el fogón en el piso de tierra marca la distancia entre la ‘sala’ y la ‘cocina’.

Cuando Dayme cumplió tres años, pidió de regalo unas botas y un machete. Su papá, el ‘gringo’ que ya toma chicha sin hacer muecas, se une a las fiestas, entiende el wao y, de vez en cuando, sale de cacería, también le regaló un pequeño tapir.

¿Quién le daría un machete a su hija de tres años? ¿Quién le dejaría comer sola un pescado lleno de espinas? ¿Quién le permitiría que corra desnuda en la selva sin vigilarla?

Los niños wao crecen corriendo desnudos, jugando con perros, patos y gallinas, acompañando a sus padres a cazar, a pescar y a sembrar. Comen de lo que produce la selva, se curan con plantas medicinales. Aprenden a caminar en trochas en medio de árboles y animales ‘salvajes’. Hasta regresan de la escuela flotando en el río.

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Es de noche y las estrellas brillan en el cielo de Nemompare, una comunidad a 25 minutos en avioneta desde el aeropuerto de Shell. Desde el aire es un puñado de casas y una pista de aterrizaje entre la vegetación selvática y una ‘serpiente’: el río Curaray.

Nemompare es la otra comunidad wao. La comunidad sin extracción petrolera, ni compañías. Nemompare es diferente, por ejemplo, a Dicaro y Yarentaro, en Orellana, donde la extracción, desde los años 70, y otras presiones, provocaron varios enfrentamientos. El último en 2013, cuando varios waos lancearon a miembros de los pueblos en aislamiento, en venganza a la muerte de una pareja wao.

Es diferente a aquellas atravesadas por la vía ‘Auca’, que conduce a las instalaciones de Petroecuador y que cortó en dos el territorio waorani. Es diferente a las que están en los bloques 61,65, 45… invadidas por los ruidos y la contaminación de vehículos y maquinaria. Diferente a aquellas donde las casas son de cemento, donde se duerme en camas, donde una parte de los ingresos es por las petroleras.

“En presencia de petróleo, de petroleras, van cambiando. Ya no es igual. Aquí sentimos tranquilidad. Allá todo el día anda el carro, los trabajadores quieren abusar de las hijas. Muchos conflictos entre esposos. Y, como es carretera, es abierto. Cada vez que cobran, van a buscar trago, cigarrillos”, cuenta Nemo.

Nemompare es una comunidad, entre 19 en Pastaza, que -hasta ahora- son libres de maquinarias, de pozos petroleros, de emisiones de humo y químicos. Es un territorio donde el ‘wao’ es la lengua dominante. Allí sí se usan camisetas y pantalonetas, y brasiers y botas de caucho. También tienen ollas de metal, platos y una cocineta a gas. Utilizan machetes y armas de fuego para cazar. En sus cabañas hay computadoras o niños con teléfonos inteligentes, sin conexión a internet.

No hay luz eléctrica, ni agua potable, ni señal celular. Pero sí energía solar y tanques para purificar el agua lluvia. También una letrina de madera protegida con un techo de hojas.

Hay yuca, plátanos, limones, pescado fresco y alguna carne secada con sal sobre la parrilla y guardada en cestos elaborados por las mujeres. Pero también hay arroz, azúcar y latas de atún que traen de afuera. Hay muy poca basura: los restos vegetales vuelven a la selva y los plásticos se queman.

Nemompare es una comunidad de ocho familias, cada una con muchos hijos y muchos nietos. ‘Nemo’ todavía vive con sus padres, su hermana, su hermano y sus sobrinos -algunos fueron abandonados para que su abuela los cuidara, porque sus padres ahora viven en la ciudad.

La familia Nenquimo está conformada por Manuela y Tiri, con sus 12 hijos: quedaron cuatro hombres y ocho mujeres, luego de que uno falleció. Manuela y Tiri son dueños de tres cabañas, cada una con carpas, hamacas y mantas. Allí duermen todos.

Allí duermo yo. Serán las once de la noche, tal vez, y ese cielo… No hay más luz que la del único foco alimentado con energía solar en la casa central y las estrellas. No hay otro ruido que el de millones de insectos.

En esa oscuridad, todos duermen hasta que amanece, haya o no haya salido el sol; el clima es tan incierto que la lluvia cae a torrenciales a discreción.

Las voces en wao se escuchan desde un poco antes de las seis.

Dayme crece en la selva hablando wao, español e inglés. Se baña en el riachuelo, de aguas frescas, juega con su tapir bebé y se recuesta en las
hamacas.

– Levantamos como seis en punto. Casi no cambia. Aquí dormirmos muy temprano, siete y media-ocho. Mitch quería dormir como gringo, hasta las nueve, pero aprendió a despertar a las seis y media, cuenta Nemo.

Se despiertan y comienza el movimiento: cazan, pescan, reparan las casas, caminan, se bañan en el río, visitan otras comunidades, cultivan la chacra, descansan en las hamacas, van a la escuela, recolectan plantas, trabajan. Pero, sobre todo, conversan, se ríen. La cultura waorani sigue siendo oral.

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‘Nemo’ y Mitch construyen su casa; es tiempo de dejar la cabaña de los padres y los suegros. Su casa, al igual que las otras, será de buena madera, pero tendrá un poco de cemento en las bases, para que no se pudra.

Las casas en Nemompare dejaron de ser 100% tradicionales, ahora tienen pilares que sostienen el piso de madera, un metro sobre el terreno. Paredes de madera, huecos por ventanas y hojas tejidas de hungurahua y colipato por techo. Las tradicionales son sobre el piso de tierra, triangulares y hechas solo a base de hojas. Hay una en Nemompare.

El sol es intenso. Hay tablones de madera apilados sobre la tierra. Varios hombres los levantan a ‘mano limpia’ y los mueven por los senderos que han abierto para dirigirse a las cabañas, pero también al riachuelo donde se bañan, a las chacras y a la pista de aterrizaje. Caminan sobre la tierra mojada, las hojas quebradas y los insectos con sus botas de caucho, sandalias o descalzos.

‘Nemo’ conversa sobre su casa, pero también sobre la escuela que quiere poner cerca, porque en un par de años será curandera. Hasta ahora ha aprendido de al menos 1.000 especies de la flora amazónica, algunas que ya sembró en su casa.

180.000
hectáreas tiene el territorio de esta comunidad. Su madre, sápara de mirada fuerte y pícara, a quien no le importa el dolor de las piernas y pesca, es su maestra para convertirse en curandera y partera.

Así la vida de la familia de ‘Nemo’, Mitch y Dayme se vive en mundos opuestos. Mientras Mitch viaja a Lago Agrio para trabajar en la fundación Alianza Ceibo, ella descubre la selva, que los jóvenes están olvidando.

Mientras Mitch realiza proyectos de conservación en cuatro nacionalidades, ella aprende de los sabios para su escuela de medicina ancestral. Mientras Mitch instruye a las comunidades sobre los riesgos de la explotación petrolera o minera, ella es lidereza en su pueblo; está convencida de que no pueden olvidar sus costumbres, su idioma y sus raíces. Mientras él instala tanques purificadores de agua lluvia o receptores de luz solar, ella graba conversaciones con los abuelos, las transcribe y las traduce al español.

Dayme crece en la selva hablando wao, español e inglés. Se baña en el riachuelo, de aguas frescas, juega con su tapir bebé y se recuesta en las hamacas.

SABIDURÍA. Las mujeres narran historias sobre sus antepasados para no repetir sus errores.
SABIDURÍA. Las mujeres narran historias sobre sus antepasados para no repetir sus errores.

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La historia de contacto de las comunidades wao con el ‘mundo occidental’ la relatan sus abuelos. Uno es Yowe Tañi, de Teweno, que estuvo en el primer encuentro con personas del exterior: cinco misioneros cristianos a quienes lancearon en 1956.

“Tiene 100 años creo”, dice Nemonte. Nadie conoce su edad exacta, está enfermo y tiene una sonda, pero aun así viaja en canoa y visita a su familia en otras comunidades. También vivió la separación de las familias wao, entre quienes ahora son los pueblos en aislamiento tagaeri y taromenani.

En los años 60, un grupo de waoranis decidió que no quería relacionarse con otros. Los otros eran misioneros, petroleros, madereros y colonos. Esa separación también la vivieron los abuelos de Dagua Nenquihui. Mientras ella raspa una olla de arroz, traduce la historia que cuentan sus abuelos, Tementa y Dagua, sentados junto al fogón. Cuentan cómo en ese tiempo las familias decidieron separarse; unos iban a ocupar un territorio y los otros se iban a alejar. Años más tarde, se reencontraron, pero no se reconocieron.

Las vivencias se transmiten con relatos en sus conversaciones; o en los cantos que se escuchan en las fiestas y las asambleas. Paba Yeti, de Quiwaro, me contó una historia sobre un tigre y una tortuga. El tigre quería comerse a la tortuga y ella trataba de librarse de sus colmillos con un poco de astucia. La historia waorani se parece. Una familia ha atacado a otra por décadas; no falta quien cuente que su padre fue lanceado, que a su tío le mataron por venganza.

– Yo nunca he tenido abuelos. Mi abuelo le mataron por defender tierra por Orellana. A mi abuela también. Antes, si es que moría un niño, iban a atacar y le vengaban. Si un hermano no estaba de acuerdo con algo, le mataban. Ahora estamos viviendo tranquilos, ya no ha habido muertes como antes.

Me cuenta Cawo Nihua. Es hermana del presidente de la nacionalidad waorani de Pastaza, Tomás Nihua. Tiene 27 años, es madre de tres hijos y está casada con un mestizo que también dejó la ciudad para vivir en Kiwaro, a dos horas caminando desde Nemompare.

Ella es testigo de cómo sus parientes que viven en las comunidades río abajo han mantenido luchas por la intervención de ‘los otros’ y por los enfrentamientos con sus parientes que decidieron aislarse.

Los registros muestran cómo en 2005 un maderero fue lanceado por taromenanes. El año siguiente murieron otros dos. Entre 2008 y 2009 fueron asesinadas cuatro personas. Y hubo dos grandes matanzas entre parientes ‘waos’ y taromenanes, en 2003 y 2013.

– Vemos lo que está pasando, cómo está sufriendo la gente en otras partes, los que viven con petróleo. A partir de eso dijimos que ya fue suficiente. Hemos madurado. Antes no sabían leer, no sabían escribir, simplemente les manipularon. Nosotros queremos dejar el petróleo bajo tierra.

Lo dice Matías Alvarado, un líder wao designado con otros cinco para hablar con autoridades del Estado y evitar que el Gobierno explote el bloque 22, en Pastaza, donde están asentadas 18 comunidades indígenas waoranis. El Gobierno tenía planeado incluirlo en la Ronda Sur Oriente, pero finalmente desistió.

En Nemompare rechazan la explotación, no quieren que se repita lo que ha pasado en las comunidades donde sí hay petróleo, como en Dicaro, en Orellana, donde vivió la mamá de Cawo. “Mi mamá se comió los animales y los peces contaminados y dijeron que tenía cáncer; falleció a los seis meses. Dijeron que fue por la alimentación”.

– Ahora es mejor, ahora decidimos a decir no. Tenemos que luchar, como nuestros abuelos y abuelas. El más importante es nuestro idioma, nuestra cultura, nuestras tradiciones. No queremos dejar entrar a petroleros. Si no quieren hacer caso con papeles y quieren entrar de fuerza, vamos a aplicar nuestras costumbres para ver si ahí pueden respetar a nosotros.

Los niños wao crecen corriendo desnudos, jugando con perros, patos y gallinas, acompañando a sus padres a cazar, a pescar y a sembrar.

PROTAGONISTA. Nemonte Nenquino va volviéndose experta en sus plantas.
PROTAGONISTA. Nemonte Nenquino va volviéndose experta en sus plantas.

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Todas las decisiones que afectan a los wao se toman en asambleas, en las que participan los ancianos, las mujeres, los hombres y los jóvenes. La edad no impide participar, pero los abuelos siempre se sientan adelante.

Se les ve armados con sus lanzas, usan su vestimenta tradicional y se pintan sus rostros con achiote. Las ancianas, en cambio, llevan fibra de chambira para hacer artesanías.

En los últimos años, por las presiones estatales para extraer petróleo, esas asambleas se han centrado en proteger su territorio: ‘Monito ome goronte enamai’. “Nuestro territorio y nuestras formas de vida no están en venta”.

Desde hace tres años, a las actividades diarias de los indígenas se sumó una: elaborar un mapa para delimitar su territorio e identificar lo que para ellos es importante.

Los dirigentes conversaron con los ‘tekenani’, los sabios del pueblo. Escucharon las historias de lo que significa la tierra que fue legalizada con título de propiedad en el Gobierno de Rodrigo Borja.

10.000
puntos tiene el mapa que realizaron los wao de esta zona.

3
años les tomó elaborar ese mapa.

Ellos tenían el mapa en su cabeza, con sus caminos, sus ríos, sus lugares sagrados, pero no se había transmitido. La única representación gráfica del territorio era la que había dibujado el Gobierno con las líneas de los bloques petroleros, cuenta Oswando, hermano de Nemo.

– Antes había solo mapa con comunidades, había Nemompare, pero estaba vacío, solo estaba el río y la escuela, pero no había qué contiene. Ahora queremos que vean que el territorio no está vacío.

Cada cabaña en Nemompare tiene un mapa. Cientos de símbolos resaltan en el territorio de 180.000 hectáreas: pequeños animales, que para los ‘cowore’ resultarían desconocidos, como sajinos y tapires; también hay árboles regados y sitios sagrados. Ahí está la cascada de Nemo junto a otros 10.000 puntos.

– Tenemos medicina, animales, ríos y lugares sagrados, donde los abuelos están enterrados, donde no pueden ir a destruir. Todo está dibujado. Cuántas lagunas existen. Dónde hay más pez, dónde hay más boa, dónde hay lagarto. Todo está ahí. El trabajo del mapa nos ayudó a conocer nuestro propio territorio.

Elaborar el mapa tomó tres años. Gaba Toña trabajaba como auxiliar de médicos en Puyo, pero decidió volver. Él y su hijo Nenqui, que a sus 15 años le gusta el fútbol y la fotografía, aprendieron a utilizar un GPS para fijar puntos en el territorio. Caminaban y cada vez que encontraban un sitio relevante lo marcaban: “Area de hungurahua, área de chambira, área de mujeres para hacer artesanía, área de monos, donde vive el tapir”.

Ese mapa se convirtió, sin pensarlo, en una herramienta en su actual lucha contra la extracción petrolera. Comenzaron en Nemompare, pero Mitch dice que quieren tener este año un mapa para 19 comunidades.

– El mapeo ha hecho como una fuerza dentro de cada comunidad, entre mujer y hombre, entre joven y abuelo, y entre comunidades. Entienden que el territorio no es infinito, que, si no protegen, no va a existir para siempre.

Los waorani respetan su territorio y sus tradiciones. Por eso, ‘Río de Estrellas’ quiere que su hija viva, como ellos, libremente en esa selva, sin petróleo, con su padre estadounidense.

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Era una noche estrellada en Nemompare cuando ‘Arco Iris’ nació. Nemompare lleva en su nombre las estrellas, porque en wao ‘Nemo’ significa estrella. Dayme nació en Nemompare o, también, en ‘la quebrada de Nemo’ y antes de cumplir tres años ya conoció la cascada que le dio su nombre.

Sus padres le llevan allá cada vez que pueden. Ha ido unas siete veces, muchas menos de las que han ido los sabios. Los ‘tekenani’ van allá para meditar y se sienten “como curados”.

Los waorani respetan su territorio y sus tradiciones. Por eso, ‘Río de Estrellas’ quiere que su hija viva, como ellos, libremente en esa selva, sin petróleo, con su padre estadounidense. Incluso, espera que su suegra le visite desde Estados Unidos. Quiere que conozca Nemompare, esa comunidad diferente, porque allí, como en la cascada, “Dayme está ahí feliz. Es como un lugar de paz”.

FRASES

Levantamos como seis en punto. Mitch quería dormir como gringo, hasta las nueve, pero aprendió a despertar a las seis y media”. Nemonte Nenquimo.

Yo nunca he tenido abuelos. Mi abuelo le mataron por defender tierra por Orellana. A mi abuela también. Antes, si es que moría un niño, iban a atacar y le vengaban”. Cawo Nihua, hermana del presidente de la nacionalidad waorani de Pastaza.