Las brujas

Pablo Escandón Montenegro

Circe es una de las primeras hechiceras que habitan en los relatos. Homero la describió en la Odisea. Aquella mujer que convertía en cerdos y lobos a los hombres que iban hasta su isla, pero solo fue Ulises quien la venció gracias a una pócima que contrarrestó los conjuros de esta mítica mujer.

Hay otra Circe, la de Cortázar, se llama Delia, es la novia eterna que enviudó de novios en dos ocasiones y que clavó dos estacas en los ojos del gato. Hace chocolates rellenos con mistelas y toca valses criollos al piano.

Roald Dahl escribió una novela sobre cómo son las brujas inglesas y la manera como se encubren entre la gente normal, pero son descubiertas por una abuela y su nieto, que es convertido en ratón. El libro es excelente y la película es un lujo para verla en familia.

Otras brujas pueblan las localidades de Europa, en las costas que lindan con la gran isla británica. La cultura celta mitifica la figura de estos seres mágicos y alucinantes que vuelan en escobas. Allí son recuerdos turísticos y se han incorporado a la tradición local como llamativas historias que resaltan la tradición oral y el legado costumbrista de una región.

Las nuestras son las voladoras; la tradición oral nos relata que viven y vuelan entre las provincias de Imbabura y Carchi, en Mira y Pimampiro, en la zona más cálida del valle que está atravesado por el río: mujeres de blanco que vuelan con los brazos abiertos y se reúnen por las noches, en sus aquelarres, con gallos amarrados y plátanos.

La mujer, en la historia y en la fábula, ha sido vinculada con la adivinación y la hechicería, porque los males del hombre o del poder no son internos sino externos. Lo lamentable es que existan posturas iguales desde la otra orilla, y eso es volver sobre lo mismo, desde otra perspectiva.

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