OCTUBRE 26

Andrés Pachano Arias

Fue día lunes de 1998, el Presidente de la República de Brasil con voz pausada y ceremoniosa expresaba “…su llegada a Brasil para compartir este momento histórico de reconciliación de los pueblos ecuatoriano y peruano es el mayor símbolo de la admirable herencia hispanoamericana…”; daba así a bienvenida al acto de suscripción del “Acta Presidencial de Brasilia”, en la que Ecuador y Perú: “…Expresan su convencimiento acerca de la histórica trascendencia que para el desarrollo y bienestar de los pueblos hermanos del Ecuador y del Perú tienen los entendimientos alcanzados entre ambos Gobiernos. Con ellos culmina el proceso de conversaciones sustantivas previsto en la Declaración de Paz de Itamaraty… y se da término, en forma global y definitiva, a las discrepancias entre las dos Repúblicas…” como reza el numeral uno de esa acta.

¡Y… cayeron lágrimas!, no de euforia, si de honda tristeza pese al anhelo del fin definitivo del inútil conflicto. Sentíamos que estábamos en medio de un fatuo tinglado de engaños; fue el fin del Alto Cenepa y la heroica defensa de soldados ecuatorianos de lo poco de Amazonía que la depredación imperial y los errores políticos nos habían dejado. Fue el sepultar en el olvido las espantosas imágenes de pueblos ecuatorianos arrasados por la aviación peruana en 1941.

De ese acuerdo de Brasilia hay mucho de incumplible que deja el agrio sabor de tramoyas “engaña bobos”; se dijo que se invertiría alrededor de 3.000 millones de la cooperación internacional para desarrollo binacional; ¿cuánto llegó? es pregunta sin respuesta.

Se habló de dotar con facilidades portuarias, proveer zonas francas en el Marañón y la ratificación de la libre navegación en ese río (¿se acuerdan de Sarameriza?); solo agrias ilusiones.

Y Twintza, símbolo del doloroso y sangriento sacrificio de jóvenes soldados, nos lega el aroma del engaño: se santificó la inutilidad de un santuario en territorio ajeno, al que no se accede y en el que no se puede ejercer soberanía.

Al fin de cuentas, la “Carta de Brasilia” confirmó todo lo del Protocolo de Río de Janeiro de 1942; ¡y pensar que el país esperó tanto otro desenlace, con sangre y pobreza de por medio!