Culpables I

Patricio Durán

En otras latitudes la justicia siempre necesita un culpable. Los jueces prefieren condenar a diez inocentes antes de que se escape un culpable, en cambio en el Ecuador los jueces piensan como Voltaire, él creía que “es mejor arriesgarse a salvar a un hombre culpable que condenar a un inocente”. Voltaire tenía la idea de justicia como un sentimiento universal e innato, una especie de pacto con la sociedad que permita a las personas, de distintas creencias, vivir en paz. Se empeñó en luchar contra los errores judiciales y en ayudar a sus víctimas.

Loable y digna de encomio la posición de Voltaire, pero eso lo dijo hace más de 300 años. Tampoco se imaginó una sociedad como la ecuatoriana en donde a la justicia la crea el culpable y al culpable lo crea la sociedad. Jorge Glas dice que es inocente, que no hay pruebas. Lo que sabemos es que Glas está ahí –estaba en la cárcel 4 ahora en la de Latacunga-, disponible, privado de la libertad. Sabemos también que otros han huido y huyeron bien, demasiado bien, ahí está el caso de Carlos Pólit. En el caso de Fernando Alvarado alguien le puso alas a su fuga.

Jorge Glas, peor que culpable, es el símbolo de la culpa de la corrupción del correísmo. Es sobre todo culpable de estar ahí, encarnando la culpa, haciéndola vivible y visible. La ley siempre necesita un culpable porque la ley es una abstracción mientras no tiene un culpable. El culpable sólo está en el imaginario del juez, quien sólo llega a serlo cuando Glas se sienta delante de él, en una silla del juzgado, con la cara en figura de enigma.

Ahora Glas, robando flores a la luz de la luna, en un frío calabozo, pide perdón a diestra y siniestra, pero no se declara culpable, porque sabe que el castigo más importante del culpable es nunca ser absuelto en el tribunal de su propia conciencia. Continuará.