Inconsciente

Mario José Cobo

Alfredo al mirarse al espejo no está solo. No lo acompaña ni siquiera su reflejo. Hay algo que no controla, pero está siempre con él. Su inconsciente.

Cuando el psicoanalista Sigmund Freud descubrió la revolucionaria perspectiva del hombre con respecto al ego en el siglo 19, creo que empezamos a entender una realidad sumamente distinta. El ser humano había construido durante más de 10 mil años una civilización que admira y devora la vanidad terrena. Pero si se les cuenta que las decisiones que alguien toma día a día… tal vez no las controlan enteramente ellos, pero sino mas bien, este pedacito en el cerebro que tiene vida propia, una tendencia de sentidos y sentimientos, una parte del cerebro que se rige por el instinto más básico animal. Porque a fin de cuentas señores y señoras lo que nos separa (en términos científicos) de los primates, es solamente un 2% del genoma humano.

Incluso lo que es más interesante, es que el 99% de nuestro material genético son respuestas de supervivencia que se han venido agregando poco a poco alrededor de más de 36 millones de años, esto nos dice que Alfredo no es más que ese 1% de su ADN que le diferencia de Clara, o de Esteban, o de Julián… y por si fuera poco, la mayoría de las decisiones de Alfredo nacen en un inconsciente que no controla.

Habrá gente quizá… la que lea enteramente esta columna, que sienta como poco a poco una especie de pánico leve pero profundo se expande alrededor del sistema nervioso. Eso no lo controlamos… no controlamos el miedo que sentimos al darnos cuenta; y valga esta vez la redundancia, que no controlamos nada.

“¿A dónde va un pensamiento cuándo se olvida?” – Se pregunta entonces Alfredo en el espejo, hay algo que le dice que dejan de existir, que se esfuman. Se queda, todo se queda… se almacena en lo más profundo del caudal de nuestra mente esperando a que se utilicen, porque como decía Freud, “Los pensamientos no-expresados nunca mueren. Son enterrados vivos y salen más tarde de peores formas”.