¡Inaudito!

Las Trece Colonias Británicas lograron su independencia en 1783. A partir de entonces, el nuevo Estado amplió la ocupación de los territorios indígenas; negoció con España, Francia y Rusia la compra de extensas posesiones; derrotó a México entre 1846 y 1848, y se quedó con la mitad de su territorio; venció en 1898 a España y logró el control de Las Filipinas, Cuba y Puerto Rico; participó en las dos conflagraciones mundiales y emergió como la potencia hegemónica del mundo capitalista; finalmente, después de que colapsó la Unión Soviética, alcanzó el liderazgo a nivel planetario.

Estos éxitos espectaculares son atribuibles a un liderazgo de alta calidad, una clara visión de futuro, un propósito estratégico sostenido y la movilización del apoyo nacional, sustentada en dos mitos fundacionales: La ‘excepcionalidad’ y el ‘destino manifiesto’. En la lucha victoriosa contra el fascismo, en la disputa bipolar contra el comunismo, Estados Unidos se convirtió en el ‘bastión de la democracia’. Impulsarla en el resto del mundo se convirtió en un objetivo nacional fundamental.

Como en todos los Estados, EE.UU. eligió presidentes, muchos sobresalientes, algunos mediocres y a Donald Trump, que logró, en su corto mandato, afectar -como ninguno- al prestigio y a la democracia de su país. Su gestión en la Casa Blanca se caracterizó por la polarización, la promoción de la violencia, el impulso al racismo, la manipulación de la verdad y el quebrantamiento de las leyes.

Al término de su mandato, sufrió un revés electoral que lo descontroló. En su desesperación por aferrarse al poder, desató una campaña feroz con las peores prácticas. Como todas las instancias legales rechazaron sus reclamos, organizó y arengó a sus partidarios que asaltaron el Capitolio. Liz Cheney, representante republicana, emitió una declaración contundente: “No hay duda de que el presidente formó la turba, que el presidente incitó a la turba y que el presidente se dirigió a la turba”.
Al fin de la dolorosa jornada, el capellán del Congreso expresó en una plegaria: “Estas tragedias nos han recordado que las palabras importan y que el poder de la vida y la muerte reside en la lengua”. Un oportuno recordatorio para el ejercicio de la política ecuatoriana. El valor de la palabra.