¿Cómo lo hacen?

Víctor Cabezas

Nicolás Maduro es un dictador. De eso no hay duda. En Venezuela no existen elecciones libres. Los mecanismos de control del poder (la justicia, la fiscalía, la contraloría) están cooptados, secuestrados. Los ciudadanos viven una crisis económica sin precedentes que ha llegado al punto de coaccionar su propia vida.

Los elementos básicos de la canasta básica escasean, los servicios de salud están castrados por la falta de insumos médicos y la inseguridad es casi equiparable a un estado de guerra (cada 20 minutos muere un venezolano).

La corrupción y la delincuencia se han institucionalizado y los recursos del pueblo se han convertido en un botín de piratas.

Los derechos ciudadanos frente al abrumador poder del tirano se han abolido. Sin justicia y sin órganos públicos destinados a defender al ser humano, las garantías de la vida se han anulado. Nos hallamos frente a un escenario caótico, donde la situación jurídica de los ciudadanos puede asemejarse a aquella de la edad media: Maduro a su discreción ordena arrestos, determina responsabilidades, condena, etc.

A pesar de todo esto, Nicolás puede ir a la Asamblea General de ONU con la bandera la paz, el discurso trasnochado de la soberanía, del socialismo y la igualdad de los pueblos. El responsable del oprobio y la catarsis de un pueblo puede pararse frente al mundo a hablar de democracia y anti-imperialismo y, lo peor, puede hacerlo con un público que le escucha y, algunos –asalariados, quizás, le aplauden.

¿Cómo lo hacen? ¿Cómo tienen la sangre fría para presenciar ese retroceso a la edad media sin inmutarse? ¿Cómo pueden ver tranquilos el éxodo de millones de venezolanos? ¿Acaso esta “diplomacia” cortés con el dictador no se está convirtiendo en un espacio más de degradación?

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