Escultura política

Kléber Mantilla Cisneros

Matices de un escenario apocalíptico perturbador y vigente son el anuncio de contaminación química a la leche de consumo diario junto a la noticia de desabastecimiento de agua en grandes zonas pobladas de Durán, y un grafiti vandálico pintado en uno de los seis vagones del Metro de Quito que ni siquiera se inaugura.

Hay que añadir el caso de asambleístas y políticos que exigen diezmos a sus colaboradores, algo tan similar al alarido del ladronzuelo callejero capturado por el populacho.

También la retórica sobre la incierta recuperación de dineros malversados y la arropada ley anticorrupción con indulgencias para seguir dando moralina a la cúpula de un correato fatuo, más la captura pasmosa de toneladas de droga en posesión de militares, en bases militares.

Una serie de sucesos que combinan nombres, eventos y símbolos: Correa, Glas, Pólit, Baca, Serrano, Chiriboga, Mera, García… Protagonistas del saqueo colosal impresentable de fondos públicos, máscaras cambiantes y audaces de encubrimiento e ineptitud, denuncias al vaivén de temblores de tierra y toda esa veleidad de receptar éxodos humanos por las ideologías sanguinarias del siglo XXI.

Seres condescendientes, partícipes de mentiras, traiciones, venganzas y odios. Gog, un monstruo apocalíptico, parece que habitase asilado en un Ático de Bélgica, lleno de mil enfermedades secretas o espirituales.

Si los políticos se convirtiesen en estatuas ahora mismo, perdiesen la movilidad y quedasen congelados de un plumazo, lograríamos la escultura más áspera actual del desfalco público, el hurto al bolsillo ajeno, el narcotráfico estatal y la corrupción procaz. Un espléndido grabado a Lucifer.

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