País de coimas

Pablo Izquierdo Pinos

La historia cuenta que la “venta de la bandera” en 1894 permitió a los intermediarios ecuatorianos ganar millonarios sobornos. Asumimos que desde aquella época, se compra y vende todo. Incluso la dignidad. Volvió al centro de la escena el espectáculo mal llamado “impuesto al trabajo” donde los protagonistas son -nada menos que- algunos honorables asambleístas, que venden puestos públicos al mejor postor.

Es un secreto a voces, que los cargos cuestan de acuerdo al rango. Se habla de que se facturan cientos, miles y hasta millones de dólares. Mito o realidad, se paga y se cobra. Sin recibo, claro. Un exministro de agricultura dijo que inescrupulosos estaban negociando por quedarse con su cargo por millón y medio de dólares. La sobrina de una exministra de Salud fue delatada por su tía por vender puestos en el MSP. Y descargo: “Desde el fallecimiento de mi querida hermana se distanció de la familia”. Nos olvidamos.

Coima es soborno, no de “impuesto al trabajo”. Es corromper con dádivas. El silencio por necesidad es complicidad. Sin duda es una de las prácticas más usadas en nuestras instituciones públicas, lo cual afecta el desarrollo y el fortalecimiento de nuestra sociedad.

La principal causa que mueve a muchos funcionarios públicos a esta anomalía es la falta de valores y una cultura política seria, debido a que en ocasiones su poder los hace creerse dueños absolutos de la institución o una función del Estado.

Las coimas y los sobornos no solo están dentro del servidor público. En muchas ocasiones vienen de otro sujeto, que sabiendo de antemano que sus méritos o su empresa no reúnen los requisitos legales distribuye “puntos” o porcentajes para que el servidor público, “se haga de la vista gorda”.

Nunca existió una política nacional para combatir este flagelo. No hemos crecido como país, quizás porque nuestros gobernantes, cuando asumen el control del Poder, no se interesan por nuestras instituciones, sino por su beneficio personal. Si el escándalo de las coimas solo juzga –y aún encarcela- a algunos inescrupulosos, sin que modifiquemos las estructuras que generan esas prácticas, caerán “los de poncho”, pero seguirá adelante el país de la exclusión y de la entrega.

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