Todos fuimos Chevron

Daniel Marquez Soares

La historia del caso Chevron es una crónica detallada de un proceso de putrefacción. Ahora que el final ha llegado, es como que todo hubiese quedado manchado. En los últimos capítulos no era posible hacer distinciones morales entre el proceder de los demandantes, de los defensores y del Estado; todos los vicios que se encontraban en una de las partes, era posible encontrarlos en las demás. Todos terminamos volviéndonos legalistas, avezados e inescrupulosos; éramos como Chevron.

Hay una diferencia importante: la industria petrolera no enarbola altos principios ni nobles virtudes. Chevron y demás han sido y son, de forma digna y abierta, compañías dedicadas a la persecución del lucro. Podrá acusárselos de muchas cosas, pero jamás de inconsecuencia con sus objetivos o traición a sus accionistas mandantes.

Los demandantes y el Estado, que se presentaban como defensores de la justicia y de los débiles, terminaron, al incurrir en un catálogo de procederes vergonzosos debidamente documentados, traicionando a todo lo que decían y debían representar. La justificación de turno que esgrimen siempre gira alrededor del viejo argumento de que el mundo es así y que no hay otra manera de proceder. Se asumen como abnegados actores de ese mismo sistema injusto y perverso al que afirman combatir.

Si Ecuador se hubiese llevado esos miles de millones, gobernantes y ciudadanos habríamos extraído una pésima lección. Hubiéramos terminado creyendo que la justicia y la prosperidad se consiguen con la mentira, el ocultamiento, la manipulación, los inversionistas insaciables, el chantaje y demás prácticas que se derivan de encarar al propio pueblo con cinismo y desprecio. Con la derrota, aprenderemos dolorosamente una lección útil: a respetar lo firmado y a no mezclar, por el bien de nuestra propia fe en el país, codicia oportunista con justicia.

El culpable de todo esto, al final de cuentas, ha sido, al inicio y al fin, ese mismo Estado llamado a defendernos. Es horrible saberse derrotado, humillado y en la indefensión, pero ese es el costo de vivir bajo la égida del aberrante sistema que hemos levantado, tolerado y defendido.

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