Eros y Tánatos

Jaime Durán Barba

Gracias a la influencia de la mujer y la reivindicación de algunos valores que eran vistos como debilidades femeninas, se convirtieron en valores. Las mujeres no solo se han liberado a sí mismas, sino que lograron que los hombres conquistaran nuevos espacios que les permiten vivir de una manera más plena. La difusión de la alteridad cambió todo: significó respeto a las distintas preferencias sexuales, a las condiciones raciales, religiosas y de todo orden.

Esto es capital para entender la política. Muchas mujeres se han incorporado a los procesos electorales y toda la acción política se ha enriquecido con sus puntos de vista. Entró en crisis el rol de la madre conservadora, sometida al macho, sumida en la ignorancia, que transmitía los valores tradicionales a sus hijos. Hasta el siglo pasado, se creía que la mujer no debía aprender a leer y escribir y que debía dedicarse a reproducir y criar niños. Se creía que la sofisticación intelectual de la mujer iba a conducirla al “desorden” sexual.

Desde el punto de vista político, la mujer estuvo marginada por casi todos nuestros Estados falocéntricos. En Ecuador, Matilde Hidalgo de Prócel fue la primera mujer que se acercó a votar en 1929, provocando un escándalo nacional. Lo interesante es que la legislación ecuatoriana era una de las primeras en reconocer el derecho de la mujer al voto, pero ejercerlo se consideraba una “mala costumbre” que nadie se había atrevido a desafiar. En Argentina, Julieta Lanteri encabezó una lucha similar cuya historia reivindicamos en nuestra próxima publicación.

La liberación del erotismo fue un gran motor de las revoluciones de los sesenta, escondido detrás de ideales más “altos”. En esa sociedad, sexualmente reprimida, era más elegante preocuparse por el proletariado y la paz en Vietnam que por la libertad sexual. Lo más probable, sin embargo, es que en esas movilizaciones Eros haya tenido más importancia que Tánatos.

*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino. (Fuente www.perfil.com).