Metáforas de una otra Granada

Mario José Cobo

Granada es como ver a un hombre muerto. Impone… pero no hace nada mas que estar ahí, impoluto ante el paso del tiempo, sin efecto bajo las sombras de la noche… sus calles parecen no haber cambiado durante años, y su majestuosidad sigue inspirado la misma belleza y misticismo que hace siglos.

Obviamente, nos encontramos en un siglo en donde el turismo está socializado, en donde lo que importa no es la ciudad, ni los pobladores, ni la comida, ni los paisajes, ni la historia… lo que importa es el ángulo perfecto para la mayor cantidad de likes posibles. Gentrificación… de la manera más degolladora, rupturista y sinvergüenza…

También, Granada atrae a miles de bohemios de rastas largas y pantalones bombachos con guitarras, pinceles y cámaras. Se quedan hablando bajo la luna de temas marxistas olvidados y los astros lejanos, comiendo tapas por cada cerveza y rogándole al dios pagano del sexo para llegar acompañados a su casa. En el Albaicín (barrio alto de Granada), se esconden detrás de la muralla los gitanos; que con palmitas de romero en las manos, tratan de engatusar entre su ancestral arte de leer la suerte, a gringos de altura desproporcionada y sobrepeso que pasean sudando las calles, sin entender un una sola palabra de español.

Finalmente, está su gente de guitarra y aguamiel… la de toda la vida, enamorados de pies a cabeza de Granada, saboreando sus recuerdos con celo y alegría melancólica … la que sin pensar piensa que son muy pocos los que resisten los veranos completos en la ciudad… el sol abraza y masifica su fuerza a eso de las cinco de la tarde, en donde no hay ni un solo pájaro que se atreva a salir de las sombras, todos están con los moros que encienden sus ventiladores en las tiendas de regalo, esperando vender azulejos, vasijas y té Norafricano.

Granada es como ver a un hombre muerto he dicho. Impone… así como la Alhambra, que lo mira todo, y calla, testigo fiel del pasar de los años, secreto moro de ojos negros y frutos rojos…