Quito, luz y libertad

Sara Serrano Albuja

Quito es nuestro corazón o shungo. El Panecillo o Yavirak, nodo central, es nuestro shungo loma como lo dice Susana Vega en el libro ‘Kitu Milenario, paisajes culturales’. Este “hijuelo del Pichincha” fue sitio histórico de veneración solar, “lugar desde donde el amauta observaba los cuatro horizontes y también se conectaba con los tres mundos”. Si pudiésemos otear a Quito desde el Panecillo, veríamos su milenaria historia: heroísmo, arte y, también, una ciudad que se ama y duele por su estado.

La luz de Quito del 10 de Agosto de 1809 germinó centurias antes con la resistencia indígena, Don Alonso Moreno y Bellido o los levantamientos de los barrios y la mano precursora de Dr. Eugenio Espejo. El irrefutable perfil quiteño es su carácter político, artístico, y académico. Su espiritualidad es herencia de su ancestro equinoccial. Los periodistas del ‘Quiteño Libre’ son orgullo histórico.
La luz de Quito, como la de Eugenio Espejo, está en su pensamiento libertario; ese que, después del dolor inmenso del 2 de Agosto de 1810, se reflejó en la primera constitución: “Artículo 2.- El Estado de Quito es, y será independiente de otro Estado y Gobierno en cuanto a su administración y economía reservándola a la disposición y acuerdo del Congreso General todo lo que tiene trascendencia al interés público de toda la América, o de los estados de ella que quieran confederarse”.

La luz de Quito, a más de su preciosa arquitectura y arqueología, fue y es la libertad, por eso nos alegramos por la noticia de los cinco indígenas de Saraguro declarados inocentes por la Corte Nacional de Justicia. La amnistía está pendiente para civiles, policías y militares que sufrieron injusticias y asedio político años atrás. La verdadera luz es la libertad.
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