Vicios sociales y educación

Alfonso Espín Mosquera

“Ni de curas ni de monjas”, decían algunos padres de familia, cuando de buscar un establecimiento educacional se trataba. Otros, confiaron la instrucción con mucha confianza a los colegios religiosos, la mayor parte al Estado y los demás a los establecimientos particulares.

La selección se hacía por esa afinidad o no por lo laico, por creer que ciertos planteles les brindarían la mejor educación; pero en todos los casos estaba descontada la autoridad de los maestros y la seriedad con la que formaban a sus alumnos.

En estos últimos tiempos, por una serie de pensamientos llegados de la “alta sicología educativa extranjera”, sin menospreciar para nada a los excelentes profesionales de esta rama, se empezaron a presentar actitudes en los padres y maestros, consiguientemente en los niños, que han terminado en una educación de oprobio y por decir lo menos, de mediocridad.

La sociedad con sus múltiples problemas, con un consumismo nunca antes visto, ha ido generando las posibilidades de educación: colegios muy caros, caros, medianos y gratuitos, lo que sirve para generar un status entre los padres. La educación como un burdo negocio, que con padre y madre trabajadores, se ha permitido ofertar “el oro y el moro: no se envían deberes, porque las tareas se hacen en el propio colegio.

Si el niño no toma la sopa, la escuela se encarga de ello; que tiene que ir a extracurriculares: karate, judo, algún deporte, pues la propia institución se pone al frente. Prácticamente el escolar llega a dormir y nada más y, esta comodidad presentada a los padres ha llegado a tales extremos que hay madres que solicitan ya no una jornada de 8h00 a 16h00, sino ojalá hasta las 18h00.

Los padres se han deslindado de sus deberes y los maestros se han convertido en una especie de sirvientes de los hijos. Estos horarios de oficina para los estudiantes, junto a una ola de mala formación que ya viene de la casa, han transformado la educación escolar, en lo que los antiguos llamarían “una alcahuetería”, en donde a los alumnos los profesores no pueden ni mirarlos, peor todavía levantarles la voz, o porque se trauman o peor todavía porque podrán ser sujetos de demandas criminales.

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