Vigencia de Bolívar

POR: Luis Fernando Revelo

«Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía, ni dónde se dormía, sino cómo se iba hacia donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua que parecía moverse, como un padre cuando se acerca donde un hijo».

Con inequívoco sentido autobiográfico, estas palabras fueron narradas por el político y escritor cubano José Martí. Para entonces, el gran Bolívar llevaba ya cinco decenios de muerto. El apóstol cubano era consciente de la obra inconclusa del Libertador, de ahí que sentía que aquella venerable efigie, en la cual Tadolini había esculpido a Bolívar, era mudo testigo de los sublimes ideales libertarios que pugnaban por una América Latina unida.

Acabamos de celebrar dos acontecimientos de profunda trascendencia: la del 17 de Julio de 1823, cuando Bolívar en persona participó en la singular batalla que consolidó el proceso independentista. Bolívar e Ibarra unimismados para siempre. Su etimología vasca proviene de dos raíces: bol (molino) e Ibarra (pradera), es decir pradera del molino, indudablemente constituye la precisa significación para señalar la situación del campo de batalla, que Bolívar libró en aquella tarde juliana de grandes connotaciones históricas. Y la del 24 de julio de 1783 cuando vio su primera luz en ese suelo caraqueño (Venezuela), hoy cautivo y adolorido.

Bolívar sigue siendo el paladín de la libertad americana y a la vez ideólogo y estadista de singular proyección universal. El mismo Martí decía: “De Bolívar se puede hablar/ con una montaña por tribuna/ o entre relámpagos y rayos/ o con un manojo de pueblos/ libres de puño/ y la tiranía descabezada a sus pies”.