Del poder a la bufonada

Rocío Silva

En esta columna se hará referencia al sociólogo francés Alain Touraine sobre la acción social, desarrollada en su obra ‘Sociología de la acción’ publicada en 1965; este teórico distinguió tres orientaciones: la accionalista, la funcional y la estructuralista. La orientación accionalista la enmarcó en el estudio histórico de los fenómenos emergentes en una sociedad; la orientación funcional explica el cuerpo social como sistema de relaciones; y, la orientación estructuralista, la determina como el conjunto de las expresiones simbólicas del hecho social.

Alain Touraine sostiene: «No es fácil para el historiador o para el sociólogo restituir la palabra a quienes nunca la tuvieron, a quienes no gravaron inscripciones ni dejaron tabletas ni manuscritos y cuyos heraldos murieron colgados, crucificados o agotados por las privaciones, sin que ningún memorial los registrara. De allí el interés por las incursiones, hoy posibles, en la historia de los colonizados, de sus protestas, de su motines y de sus sueños». Con esta referencia como antecedente, se procede a ubicar la obra investigativa ‘Tatay Correa’ de Lourdes Tibán, como una versión de alta gama del derecho a la protesta y el conflicto de intereses con otros derechos y abusos del poder del correato.

Ecuador ha pasado por una década sin la posibilidad de debates, se criminalizó la protesta social, se aupó la propaganda estatal, se legitimó y solventó la contraprotesta, con fondos públicos –según informes de Contraloría-. Pero, ¿Hasta dónde puede las acciones contraprotesta oficial ir en contravía de otros derechos y como resolver el conflicto de intereses cuando ello ocurre?

Siendo así, el derecho a la protesta es inherente al sector social ofendido, lo que se haga individualmente para defender al poder opresor es bufonada. El derecho colectivo prima sobre el derecho individual, y el derecho individual excluye la agresión a otro individuo; como ocurrió en el lanzamiento de la obra de la Dra. Tibán en Ambato, cuando un grupillo con el rostro escondido en pancartas con la leyenda ridícula “Quita maridos”, presentaban una escena bufonesca, a más de obstaculizar el paso a peatones por la acera, lo cual fue doble agresión individual.