Croacia vs. Francia

Kléber Mantilla Cisneros

El mundo sacrosanto del fútbol exige inventarse y trazar la belleza deportiva. El sueño de llegar a la final de un Mundial se pinta como la imagen móvil de la eternidad platónica y ese algo para medir, meditar y plasmar la historia a través del éxtasis colectivo. Un instante memorable de once jugadores contra once que construyen los mejores versos hasta alcanzar la gloria.

Un juego que no tiene la lógica de la guerra pero sí del coraje, la mayor euforia colectiva, el acto lúdico apoteósico, la atajada genial y el golazo de último minuto que convertirán la atmósfera en una pasión mágica e irreal.

Croacia busca revancha con Francia por 1998 y cualquier cosa puede suceder. El espectáculo del dinámico Mario Mandzurik, y del desapercibido Kylan Mbappé, brillarán pronto en el esplendor del mercadeo de pases. Si se trata de registrar un anhelo de infancia dentro de un estadio, llegó la hora cero cuando los hinchas se vuelven niños puestos una camiseta al ver una tribu impetuosa controlar la pelota. Un ritual con expresiones teatrales desde lo más profundo hasta grabar personajes integrados e intrépidos.

Todo esto a pesar de una FIFA granuja, de un organizador extremo, sistémico, absolutista, acaparador y autocrático. Una competencia donde Ecuador quedó fuera porque confundió un populismo mediocre y la universalidad de sus formas, lo patético del control de mafias con intereses particulares, lo dañino de infectar identidades e hipotecar el futuro con mentiras y verdades a medias hasta asfixiar la cultura del fútbol.

Benedetti en su cuento ‘Puntero izquierdo’ recrea el matrimonio del fútbol y sus mafias, la final de un campeonato, los arreglos de partidos y rumores de la prensa deportiva. Camus dice que “el máximo goleador de un campeonato es el máximo poeta del año”. Daniel Samper Pizano vislumbra la imbecilidad humana al explicar un gol con el detalle que se desata cualquier escenario para el racismo, xenofobia, crear estereotipos y sostener el machismo.

‘La Náusea’ de Sartre y la ‘Metamorfosis’ de Kafka son obras de arte paralelas que se arman en una cancha.

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