Testimonio

Miguel Angel Rengifo Robayo

Enfrentarse a la nada del lienzo, a la concepción emocional del lugar de origen, lo que el ser alcanza a admirar en ese naciente amanecer, pátina de soledad y ocres desvaídos, Pilatásig vuelve desde el letargo de su luz interior a revelar el testimonio de la intimidad.

Vuelve a constatar su presencia luego de más de treinta años insistiendo con toda la cromática y el dibujo, tanto como el oficio que decidió nunca renunciar, y enfrentarlo ante un mundo indiferente, anodino, vertiginoso y egoísta, crueldades que son superadas para la posteridad, a pulso sin fatiga.

La verdad lo he pensado con insistencia, desde su timidez, no sé si Pilatásig se atrevería con la arquitectura humana, empezar por ensayar un autorretrato, quizá resulte un reto pero está pendiente el paisaje de un pueblito al pie del taita monte sagrado, de ese que anejó arrieros, campesinos, indios, forasteros, polvo de pasos y añoranzas, así como el mismo convencimiento de devolverse con su taller a la vida campesina de la que aprende, de la que se nutre. Él es Carlos Manuel Pilatásig Yanchaguano nacido en esta ciudad, tierra adentro palpita e insufla sangre con encono con la misma inquietud y ternura, buscó la manera de testimoniar su paso por esta vida; vocación que surgió de niño y su amor por el dibujo y la pintura, identidad y destino, terquedad del hombre que halla su estilo y se asombra sabiamente en el silencio que humildece.

Oficio: pintor. Esta muestra marca su estrecha añoranza que ha divulgado como el grito sobre la colina justo en la oración de la tarde, de esa ciudad que perdimos, que fue diluyéndose en sus témperas, en la sustancia con que están hechos el atardecer y la aurora, de esa que incansable e indetenible parte la cuestión y sentido de su arte.

Pilatásig deja para siempre en su obra el reencuentro con el pasado con sus formas y líneas con la infinitud de la tinta o el óleo, la acuosidad del testimonio de perseverar y negarse a renunciar a la nostalgia y reflejar el paso corrosivo del tiempo, ese que no perdona y acusa sobre la presencia humana.

He sido testigo de su presencia, lo he visto por varias veces ostentar su don y cualidad de artista, he admirado ubicarse modestamente en ese espacio del reconocimiento y pertenencia de los más humildes, como un amanuense curador de su cultura, marcando el sendero donde se halla la identidad.