Látigo

Andrés Pachano

Hace algunos días, mediante las redes sociales, se difundieron imágenes de una reedición de esa arcaica y degradante costumbre que dice “…la palabra con sangre entra…”; el video que se expuso ocurrió en el colegio Mejía de la capital. No se puede entender que a estas alturas del desarrollo social se siga utilizando la dolorosa y conventual, a más de inútil, rigurosidad del látigo para intentar disciplinar a los estudiantes.

La azotaina de castigo realizada por un inspector de ese colegio, utilizando una regla o una palmeta dolorosa a sus alumnos formados en fila de frente a una pared, causó repulsa y condena; se creía superada esta actitud ignominiosa que es más perniciosa por sus efectos éticos antes que físicos. La humillación que sentirán los agredidos es más intolerable que el momentáneo dolor físico del foetazo. La vergüenza es más perdurable que el ardor del correazo.

Pero si esas imágenes del escarnio –hecho público en esas redes- cometido por un inspector colegial a sus alumnos causó rechazo, más estremecedor fue la reacción incomprensible, también por arcaica, de los padres de familia que respaldaron al flagelador de sus hijos; puedo entender esta reacción, como el asumir una culpa y reconocer sus propias impotencias en la formación de sus vástagos. Cruel realidad de nuestra sociedad que creía superado estos degradantes métodos de formación.

Y más estupor se sintió cuando en las calles aledañas a este prestigioso establecimiento educativo, se sucedieron feroces manifestaciones realizadas por los estudiantes en respaldo al inspector abusivo que había sido sancionado por autoridades educativas. Repulsa el ver esa protesta sin norte de estudiantes embozados, indignados, lanzando piedras a la policía, transeúntes y vehículos. Repulsa al oírles “…respaldamos al licenciado que nos forma y nos hace hombres de bien…”; ¿hombres de bien a latigazo limpio? Se han trastrocado valores y principios éticos, han perdido su dignidad.

Viendo y escuchando esto, entiendo porque en las urnas se eligen caudillos que en campaña, con cinturón en mano, decían “dale correa”; entiendo entonces a esa sociedad clamando por “…que el país necesita un Pinochet…”. ¡Indignos!.