Silencio cómplice, barriga llena

Rocío Silva

Ernesto Cardenal no ha dado tregua a su compromiso con la transformación social, su producción literaria y los aportes a la educación, han sido las armas empuñadas.

Su trilogía de memorias, bajo un título ‘La revolución perdida’, sugestivo a un posible llanto ante el fracaso de la revolución, describe los detalles de ese verdadero camino transformador contenido en el proceso de alfabetización, concientización y apertura sociocultural que condujeron, a la revolución sandinista, y, por tanto, al derrocamiento de la dictadura de los Somoza sobre el pueblo nicaragüense, por más de cuatro décadas.

Ahora que Nicaragua atraviesa por la crisis sociopolítica más sangrienta desde 1980, cuando también Ortega era presidente. La voz de Cardenal se ha alzado, como siempre, altiva, fuerte y libre de acomodos, para exigir la renuncia del presidente Ortega y de su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, que llevan 11 años en el poder, y sobre quienes pesa acusaciones de abuso, corrupción y crimen.

Las jornadas violentas no cesan en Nicaragua, los jóvenes muertos y heridos son el pan de cada día, se habla de más de 200 fallecidos, mientras se escuchan las autolisonjas falsarias en medios oficiales, de la extravagante esposa-vicepresidenta-primera dama, quien sostiene: “Nuestro Gobierno, nuestro comandante Daniel, está comprometido con frenar esa ola contrarrevolucionaria, llena de actos terroristas y crimen organizado, solo con el fin de alterar el orden público, la paz y tranquilidad de los nicaragüenses”.

Un poco más y hubiéramos los ecuatorianos vivido una situación similar a la de Nicaragua, y tal vez peor, debido al silencio cómplice y acomodaticio de intelectuales y poetas que se unieron al cortejo de aduladores del correato, ¡y que cosecharon, cosecharon!, desde espacios burocráticos con sueldos y prebendas jamás pensados, ediciones de obras, auspicios, hasta becas familiares. No importaba para nada la calidad estética o el valor intelectual logrados, solo se valieron de su zalamería y denuedo; total les resultaba más gratificante tener una vida suntuosa y la barriga llena, antes que ser ofendidos y vilipendiados como Carlos Michelena, Jaime Guevara y muchos más, siempre incorruptibles y altivos.