Experimentos sociales

Roque Rivas Zambrano

Una cámara de testigo, actores y un guión que interpretarán personas sin saberlo: esos son los elementos principales de un experimento social.

Las nuevas tecnologías han popularizado esta estrategia, que se utiliza con frecuencia en psicología para intentar explicar cómo piensan, sienten y actúan los individuos cuando nadie los ve ni están condicionados por la aprobación de sus pares.

Sus reacciones, por ejemplo, al encontrarse con una mujer con sobrepeso, después de pactar una cita a ciegas, muestran lo determinante de los estereotipos de belleza en nuestra sociedad. Los artistas emplean esta herramienta para abordar temas polémicos como la objetualización del cuerpo femenino, violencia de género, acoso escolar, discriminación, entre otros.

Organizaciones como la Unicef han aprovechado este recurso para concienciar a las personas sobre la realidad que viven los niños. Lo más reciente fue recrear en España, en una sala de juegos, las condiciones de una mina de Camerún, África, para sensibilizar a la población sobre el trabajo infantil forzado.
Hablar de las cifras -que son alarmantes- nunca será más impresionante que sentir la impotencia de no poder salir de una habitación donde el olor a azufre es intenso, el sonido de picos y piedras taladra la cabeza; la temperatura es de más 35 grados y la misión principal es escapar de un capataz maltratador.

Cuando la prueba es superada, los mineros reciben un mensaje clave: “Tú has podido escapar, pero imagina que esta fuese tu realidad todos los días, arriesgando tu vida con todo tipo de abusos”. Los experimentos sociales evidencian lo mejor y lo peor del ser humano. Su utilidad sería mayor si el impacto generado no fuera efímero y se convirtiera un recordatorio permanente de nuestros errores.

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