Cariñar

Mario José Cobo

Hay en las maneras finas de dar cariño, un inmensísimo desdén por jugar entre las cejas del otro, como si se buscase la receta divina de la juventud en las finas ranuras de su forma. Tímidas están pues, las carcajadas; que llanto ocultan cuando salen a la calle a pasear, aun así, por dar cariño… creo, van abandonando su tozudez para ceder ante el más frio lagrimal, poniendo muecas de melancolía y nostalgia… llenando el patio de tulipanes y orquídeas, blancas, negras, celestes, llanas.

Le llaman, las mil y una neuronas que van liberando de una en una, explosión de insulina, que va purgando al cerebro mientras este oxigena al rostro que le pide postrado en oración un refresco blandengue, para seguir adelante y cabalgar corrientemente. Le hecha limón y aguamiel… para danzar en sus penumbras y barrer con mil vueltas las ironías pesadas que penan en las pecas de su nariz, en los hoyuelos de su boca. Y cuidadosamente echan valeriana al bullicio de su pensamiento para calmar las tormentas violetas de las nebulosas de su cabeza.

Al calmarte, poco a poco desamárrate los nudos de la espalda, para que vayas recobrando la compostura. Acércate al ventanal, ese que hace esquina en el claro del paisaje y déjate mirar, para que veas que incluso hasta las avispas sienten ganas de abrazarse a escondidas de bajo de las margaritas. Y aprende la lección, porque al no cariñar… se magulla, se aflige, se desampara… y seamos francos, en la marginalidad del desengaño, nadie aprende a caminar; se dan los primeros pasos cuando hay una voz y unos brazos que sostienen, que alientan…

Así pues… no hullas del responsable encaro del que aflige, del de calle, del que llora. Todos hacemos este mundo y se lo llena de par en par con los tamaños y colores que nos presenta la variedad de la vida. Eso sí, da tres pasos, respira profundo y recuerda que en las maneras finas de dar cariño existe siempre los argumentos del fluctuante destino de los equimosis ondulantes.