A ellos

Andrés Pachano

¿Caben las gracias ante un holocausto?, sin embargo en el silencio de su muerte: gracias.

El fin de siete ecuatorianos asesinados en la frontera nos ha quitado muchas vendas; si, fueron siete seres los que sacrificaron su vida, tres por informar a la Patria y cuatro por protegerla del cáncer que avanza agazapado y cobarde desde el norte. Fueron siete -número que algunas religiones interpretan como bueno- a los que se les debe la buena gratitud de la nación.

Gracias por hacernos ver, en la tristeza de su infame holocausto, que no somos ya –quizá nunca lo fuimos- moradores de ese quimérico sueño de una patria semejante a una ¡isla de paz! en el medio de pobrezas y de pánicos; la vileza de su asesinato nos ha despertado del sopor en el que ilusos creíamos. Su infame desenlace ha removido de entre las sombras esa cruel realidad.

A ellos, a los siete compatriotas caídos por la vileza del terror, gracias por hacernos ver con claridad, que en los confines del norte de nuestra geografía, irresponsables permisivos la han abandonado, para que ahí se ancle e impere ese miedo que, forrado de dólares, carcome las entrañas de seres y de patrias. Gracias por informarnos, por hacernos ver esa cruel realidad, que la sentíamos y la expresábamos en voz muy baja, solo para nuestros adentros pero que jamás la decíamos a viva voz; con su martirio se han despejado dudas y el permite señalar a los actores de ese cruel drama de miserias; hoy ya sabemos de sus intérpretes de la tragicomedia del norte ecuatoriano, desde el Pacífico hasta el inclemente océano vegetal de oriente nacional.

¡Gracias por hacernos ver los permisivos irresponsables!, ellos que abandonaron a su suerte los seguros de esa verde e inhóspita región de la patria.

Su muerte nos deja ver claramente también, como el país del norte con quien colindamos, empuja sistemáticamente hacia el sur su endémica violencia y se desembaraza letalmente de su eterno problema; por eso su Presidente, con sorna y desparpajo, repite insistente que el problema se dio en territorio ecuatoriano, orquestado por un asesino ecuatoriano.

A ellos en el silencio de su muerte: con el inmenso dolor y con furias reprimidas: ¡gracias!