Procesiones, historia y fe

Carlos Freile

En la Semana Santa de los católicos, que acaba de celebrarse, se realizaron varias procesiones en diferentes ciudadades del país y fuera de él. Esta costumbre data de la noche de los tiempos, la tenían egipcios y romanos, galos y judíos, todos en homenaje de adoración a sus dioses. La Iglesia, siempre atenta a responder a las inquietudes más profundas de la naturaleza humana y sus expresiones, las adoptó para el culto. Así, desde muy antiguo, las comunidades cristianas salían en procesión en las celebraciones más importantes.

La tradición llegó a nuestros lares con los misioneros católicos. Desde el inicio de la evangelización las procesiones más solemnes se dieron en Semana Santa, de ellas la más antigua con documentación fidedigna es la que se realiza en Riobamba el Martes Santo en muestra de veneración al Señor del Buen Suceso. Existen testimonios de esta celebración que datan de la segunda mitad del siglo XVII, sin embargo, ninguno de los medios de comunicación se refirió a ella, ni siquiera de paso, en una clara muestra tanto de ignorancia de la Historia como de pequeñez regionalista. Como es natural, tampoco se aludió a la prohibición por parte del liberalismo radical alfarista de las procesiones, por eso varias de ellas datan de los años posteriores a la presidencia de Galo Plaza, quien las volvió a autorizar.

En cambio, aparecieron críticas a la fe de los participantes, con un cierto tufillo de superioridad frente a la tontera crónica de los creyentes. La persona sencilla, que no ha leído ni a Nietzche ni a Vattimo, reconoce su pequeñez y finitud, sabe de su impotencia y limitación, por eso recurre a la Divinidad. La esencia de la fe consiste en saberse contingente y débil, y en reconocer la necesidad de un Creador para dar sentido no solo ala vida humana sino también al Universo, pero esto los orgullosos no lo aceptarán pues en su mínima estatura se sienten disminuidos por la existencia de un Dios trascendente. La fe es preferir el amor, aunque fuese falso, antes que el azar frío, despiadado y falto de esperanza.

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