Lo que aprendemos a diario

Daniel Márquez Soares

Los ecuatorianos nunca hemos igualado los sangrientos estándares de la región gracias a la humana aversión al conflicto y al sufrimiento. No obstante, quizás esta ya no sea suficiente para mantenernos alejados del abismo. No se trata de desigualdad ni de pobreza, tampoco de crisis, sino de las lecciones sobre el funcionamiento del mundo que cada persona recibe a lo largo de su vida. Desgraciadamente, Ecuador enseña a sus ciudadanos a diario que lo correcto se define en función de componendas e imposiciones; que la fuerza y el chantaje son la única garantía de paz y prosperidad.

Los taxistas, como es bien sabido, representan una fuerza electoral considerable de la que los políticos no pueden prescindir y una fuente de ingresos importante para el sector público. Con justa razón, exigen que todas las compañías que ofrecen dicho servicio compitan en igualdad de condiciones. Lo justo sería que se les rebaje las exigencias a taxistas, ya que la supervivencia misma de Cabify o Uber demuestra que todos esos controles son innecesarios y solo sirven para engordar las billeteras de los burócratas.

En lugar de ello, a la fuerza, taxistas y burócratas liquidarán a la competencia y obligarán a ciudadanos a consumir su servicio sobrepreciado, como cualquier mafioso de barrio italiano que cobra cuotas de protección a los negocios que, a la larga, terminan pagando los clientes.

La última década implicó un saqueo histórico del país y pudimos ver ante nuestros ojos el surgimiento de toda una nueva clase económica cleptocrática. No obstante, como se verá la próxima semana, no serán los beneficiarios de la fiesta (importadores, proveedores del Estado, burócratas, etc.) ni los corruptos quienes paguen los platos rotos. Serán todos los ecuatorianos quienes, a la fuerza, tendrán que tapar el hueco de ese dinero mal administrado del que no se beneficiaron y de esa deuda sobre la que no tuvieron ninguna decisión. Y ejemplos como esos se pueden encontrar, cada semana, por docenas.

Es lógico que un ciudadano que ve eso a diario decida, tarde o temprano, labrarse su camino a la prosperidad en base a la fuerza, la imposición y la componenda. ¿Con qué autoridad, sino con la represión, el Estado puede exigirle que no lo haga? Ese es el futuro que nos espera.

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