Hasta siempre, Nicolás

Rodrigo Santillán Peralbo

Hay noticias que duelen al penetrar en todos los resquicios del cuerpo. Cunde la incredulidad y el desasosiego se empoza en los recuerdos que laten en la memoria. ¿Cómo creer que Nicolás Kingman, el hombre vital, el ser humano de extraordinaria presencia haya muerto? Imposible, si apenas ibas cumplir cien años bien vividos y bien bebidos, como solías decir, entre una carcajada de fino humor no exenta de nostalgias.

El contador de historias y finas anécdotas, el cantor de tangos, el escritor de cuentos y novelas, el periodista combativo, comprometido con los sueños de justicia social de su pueblo, el amante de la cultura y promotor de miles de sus facetas, el instigador irreverente de El Mortero, esa bella revista del diario La Hora que derramaba sátiras e ironías nacidas en la cumbre de su inteligencia, el promotor y hacedor de la revista Cultura ha callado su voz, pero continuará viva su palabra en tantas obras y en tanto periodismo realizado con pasión solo para gritar aquí estoy yo y mi libertad de expresión, y mi derecho a escribir lo que pienso, carajo.

Luchador infatigable de serio compromiso, se reía de todo y de todos. No había político que escapara de su crítica mordaz expresada en su periodismo con humor genuino de hombre libre, porque él también era un político a su manera. Parte de su pensamiento está en su literatura expresada en cuentos y obras como ‘Comida para locos’, ‘Dioses, semidioses y astronautas’, con la que obtuvo el premio José Mejía Lequerica, ‘La Escoba de la bruja’, referida al auge cacaotero. Un día me dijo que preparaba otra novela.

En 1997 recibió el Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo en reconocimiento a su actividad cultural. Lo recibió con modestia, pero lo festejamos con ron y cola. Hasta siempre, Nicolás.

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